Los participantes en la Fiesta del Chopo Cabecero recorrieron las choperas de Vivel del Río Martín
El chopo cabecero da identidad a unos paisajes turolenses que son únicos y se resisten a desaparecer
La fiesta dedicada a cientos de árboles centenarios que hay en Teruel reivindica acciones para su preservación
El chopo cabecero da identidad a unos paisajes únicos en el Estado español que se encuentran en la provincia de Teruel y que se resisten a desaparecer. Su presencia en la ribera de los ríos es un libro abierto de lo que fue la vida en los pueblos antes del éxodo masivo a las ciudades, y la XIII Fiesta del Chopo Cabecero celebrada este sábado en Vivel del Río Martín volvió a reivindicar estos árboles centenarios y la importancia de su preservación.
En torno a unas 350 personas participaron en las actividades programadas durante todo el día, procedentes en algunos casos de lugares tan alejados como Zaragoza, Barcelona o Ávila, que acudieron de propio para conocer tradiciones como la escamonda, consistente en la poda de las
ramas para el aprovechamiento de la madera y que ayuda a prolongar la vida de esta especie arbórea.
“¿Por qué se llaman chopos cabeceros?”, preguntaba una niña a José Luis Pueyo, de la Asociación de Vecinos de Vivel del Río Martín, organizadora de los actos junto con el Centro de Estudios del Jiloca, el Ayuntamiento de la localidad y la Asociación Cultural y Deportiva. Al escuchar la respuesta, por la forma cabezona que adquieren sus troncos debido a los sucesivos desmoches, su rostro se iluminaba y su mirada percibía ya de otra forma estos árboles.
“Cuando explicas la historia que hay detrás de estos chopos la gente joven ve el paisaje de otra manera”, cuenta Chema Teruel, presidente de la asociación vecinal, que incide en la importancia de concienciar a todo el mundo de lo que representan y del riesgo que este patrimonio natural y cultural corre.
En su caso se fue a los 18 años del pueblo y reconoce que hasta hace quince, al volver, no se dio cuenta de la importancia que tienen para el paisaje porque forman parte de la identidad de los lugareños. Hasta los años ciencuenta del pasado siglo, la escamonda que dio la forma característica a estos troncos, permitía conseguir madera para las vigas de las viviendas, además de leña. Hoy se sabe que eso ha ayudado a prolongar la vida de estos árboles, de forma que cientos de ellos son centenarios y algunos sobrepasan incluso los doscientos años de vida, además de albergar una gran biodiversidad de invertebrados.
“Se me ponen los pelos de punta al pensar que esto se va a perder”, comenta el presidente de la asociación, que desde hace cinco años por iniciativa propia y con la participación entre veinte o treinta personas, realizan una escamonda anual a algunos chopos, insuficiente ante la cantidad de ejemplares que hay en el término municipal.
Han hecho un inventario que ha arrojado un total de 1.229 ejemplares, “contado uno a uno”, precisa Teruel, entre árboles viejos, nuevos, otros estropeados, algunos desmochados y también monumentales. La intención con esa actividad anual que realizan, y con la Fiesta del Chopo Cabecero que este año se ha celebrado en el municipo a petición de esta asociación, comenta que esperan “contribuir a la concienciación de la gente y de las instituciones para que no dejen perder esto como cualquier otra cosa”.
Asegura que les gustaría que con el millar de ejemplares que tienen se pudiese conformar también en la zona un Parque Cultural como el del Alto Alfambra, para que se le dé la importancia que tiene. Sin escamonda, las ramas se parten, los árboles se pudren y se pierden, que es el riesgo al que se enfrentan al no intervenir el ser humano como lo hacía antes para su aprovechamiento.
Chema Teruel recuerda cómo de niño hacían cabañas en los chopos entre las ramas y cómo los mayores los podaban. “Eso se tiene que ir pasando a la gente joven para que esto no se pierda”, incide el representante vecinal, para quien las instituciones deberían intervenir porque en caso contrario desaparecerán estos chopos. Además, apunta que el aprovechamiento maderero podría generar una actividad económica en el territorio.
De la misma opinión es Chabier de Jaime, del Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra, y el biólogo Jesús Julio Camarero Martínez, del Instituto Pirenaico de Ecología y que este año ha sido distinguido con el título de Amigo del Chopo Cabecero. Su equipo de investigación ha realizado un estudio científico que ha permitido constatar que no son pocos los chopos centenarios, sino muchos, de ahí el lema de la jornada de este año, Cientos de árboles centenarios. Y que gracias a la escamonda y al cuidado que recibieron durante generaciones, algunos han superado los doscientos años de edad.
La fiesta, como otros años, consistió en una excursión por las riberas para pasear entre estos monumentos de la historia de los pueblos, y en una exhibición de cómo se cortan sus grandes ramas para su poda, que estuvo a cargo de Moisés Moreno.
Además, hubo espectáculos y música, una exposición con los trabajos fotográficos presentados este año, el reconocimiento a Jesús Camarero como Amigo del Chopo Cabecero, y un recorrido por los vestigios de la Guerra Civil en el municipio.
Durante la excursión, se vinculó la presencia de los chopos cabeceros con el patrimonio cultural de los pueblos, como una seña de identidad de los mismos, a través de las explicaciones que dieron tanto Chabier de Jaime como los miembros de la asociación vecinal de Vivel del Río Martín.
De Jaime elogió la labor que está haciendo esta asociación, puesto que durante cinco años ha celebrado una jornada anual, denominada Arriba las ramas, para el desmoche de los chopos y contribuir así a conservarlos. Valoró también el inventario que han realizado e incidió en la necesidad de que tengan un mantenimiento, al menos en el caso de los más notables, porque la escamonda permite el rejuvenecimiento de la planta. “Este es un patrimonio de complicada gestión”, comentó el biólogo, que incidió en que el paisaje turolense por estos chopos es único e invita a “disfrutar del otoño”, entender el medio físico cómo se formó por la actividad humana y preservar la memoria de los pueblos.
En unos paisajes duros en territorios que están a mil metros de altitud, los chopos cabeceros son “gigantes que están vivos porque tienen una capacidad de resistencia enorme”, dijo. Los estudios científicos que han realizado indican que algunos de estos árboles en la Cordillera Ibérica en la provincia de Teruel tienen hasta 230 años de edad, y han ido configurando un “paisaje genuino” que requiere de conservación. Indicó que en otros países europeos como Bélgica o Alemania han tomado conciencia de ello, allí con sauces cabeceros, y han surgido sociedades que hacen voluntariado.
Abogó por una mayor concienciación, que ya se está produciendo, porque “estos gigantes hacen únicos estos territorios” que “nos hacen diferentes a nuestra tierra y a nuestros paisajes”, apuntó.
Aparte del estudio sobre la longevidad de los chopos cabeceros, De Jaime explicó que se ha hecho otra investigación en los ríos Huerva y Aguasvivas que han confirmado la gran diversidad biológica que albergan estos árboles. El trabajo, pendiente de publicación, ha revelado la presencia de hasta 215 especies de escarabajos en los mismos, que viven de la madera muerta o de otros organismos que se nutren de ella.
Durante la excursión entre los chopos cabeceros, José Luis Pueyo, de la asociación del pueblo, dio explicaciones de las posiciones defensivas de la Guerra Civil que se conservan en el municipio al haber sido frente de combate entre 1937 y 1938. Otro miembro de la asociación, Miguel Mainar, explicó por su parte la cultura del palomar, puesto que se criaban para que los pichones sirviesen de alimento y todavía se conservan algunos palomares alrededor del pueblo.
David Fernández acudió desde Ávila a la Fiesta del Chopo Cabecero por el interés que tiene por el mundo rural y porque quería ver cómo se podaban los chopos. “Ha sido una experiencia muy interesante”, comentó, y en el mismo sentido se expresaron Araceli y Gloria, que viajaron desde Zaragoza porque se lo recomendó una amiga de Pancrudo.
José Luis, de Castelserás, comentó que era la primera vez que participaba en una actividad así y que la había visto muy atractivo, mientras que María, de Navarrete, explicó que iniciativas así permiten conocer cómo era la vida en los pueblos y cómo influyeron también en el paisaje como es el caso de los chopos cabeceros. “No hay que olvidar esto porque cuando algo desaparece de la memoria ya no existe”, advirtió.
Hubo gente también de Armillas que se acercó a verlo, aunque residen en Barcelona, y que recordaron cómo se podaban los chopos con hachas cuando eran niños, y cómo la chopina, los brotes tiernos, se los daban a los conejos porque el aprovechamiento era total.
El alcalde de Vivel del Río Martín, Enrique Gadea, valoró la importancia de este tipo de actividades para mantener vivos los pueblos y explicar a la gente lo que han sido. Indicó que están haciendo lo posible por que se establezca algún vecino más en la localidad, y anunció que el 3 de noviembre abrirá de nuevo el bar tras quitarse el multiservicio al no haber dado resultado la actividad de la tienda.
En torno a unas 350 personas participaron en las actividades programadas durante todo el día, procedentes en algunos casos de lugares tan alejados como Zaragoza, Barcelona o Ávila, que acudieron de propio para conocer tradiciones como la escamonda, consistente en la poda de las
ramas para el aprovechamiento de la madera y que ayuda a prolongar la vida de esta especie arbórea.
“¿Por qué se llaman chopos cabeceros?”, preguntaba una niña a José Luis Pueyo, de la Asociación de Vecinos de Vivel del Río Martín, organizadora de los actos junto con el Centro de Estudios del Jiloca, el Ayuntamiento de la localidad y la Asociación Cultural y Deportiva. Al escuchar la respuesta, por la forma cabezona que adquieren sus troncos debido a los sucesivos desmoches, su rostro se iluminaba y su mirada percibía ya de otra forma estos árboles.
“Cuando explicas la historia que hay detrás de estos chopos la gente joven ve el paisaje de otra manera”, cuenta Chema Teruel, presidente de la asociación vecinal, que incide en la importancia de concienciar a todo el mundo de lo que representan y del riesgo que este patrimonio natural y cultural corre.
En su caso se fue a los 18 años del pueblo y reconoce que hasta hace quince, al volver, no se dio cuenta de la importancia que tienen para el paisaje porque forman parte de la identidad de los lugareños. Hasta los años ciencuenta del pasado siglo, la escamonda que dio la forma característica a estos troncos, permitía conseguir madera para las vigas de las viviendas, además de leña. Hoy se sabe que eso ha ayudado a prolongar la vida de estos árboles, de forma que cientos de ellos son centenarios y algunos sobrepasan incluso los doscientos años de vida, además de albergar una gran biodiversidad de invertebrados.
“Se me ponen los pelos de punta al pensar que esto se va a perder”, comenta el presidente de la asociación, que desde hace cinco años por iniciativa propia y con la participación entre veinte o treinta personas, realizan una escamonda anual a algunos chopos, insuficiente ante la cantidad de ejemplares que hay en el término municipal.
Han hecho un inventario que ha arrojado un total de 1.229 ejemplares, “contado uno a uno”, precisa Teruel, entre árboles viejos, nuevos, otros estropeados, algunos desmochados y también monumentales. La intención con esa actividad anual que realizan, y con la Fiesta del Chopo Cabecero que este año se ha celebrado en el municipo a petición de esta asociación, comenta que esperan “contribuir a la concienciación de la gente y de las instituciones para que no dejen perder esto como cualquier otra cosa”.
Asegura que les gustaría que con el millar de ejemplares que tienen se pudiese conformar también en la zona un Parque Cultural como el del Alto Alfambra, para que se le dé la importancia que tiene. Sin escamonda, las ramas se parten, los árboles se pudren y se pierden, que es el riesgo al que se enfrentan al no intervenir el ser humano como lo hacía antes para su aprovechamiento.
Aprovechamientos
Chema Teruel recuerda cómo de niño hacían cabañas en los chopos entre las ramas y cómo los mayores los podaban. “Eso se tiene que ir pasando a la gente joven para que esto no se pierda”, incide el representante vecinal, para quien las instituciones deberían intervenir porque en caso contrario desaparecerán estos chopos. Además, apunta que el aprovechamiento maderero podría generar una actividad económica en el territorio.
De la misma opinión es Chabier de Jaime, del Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra, y el biólogo Jesús Julio Camarero Martínez, del Instituto Pirenaico de Ecología y que este año ha sido distinguido con el título de Amigo del Chopo Cabecero. Su equipo de investigación ha realizado un estudio científico que ha permitido constatar que no son pocos los chopos centenarios, sino muchos, de ahí el lema de la jornada de este año, Cientos de árboles centenarios. Y que gracias a la escamonda y al cuidado que recibieron durante generaciones, algunos han superado los doscientos años de edad.
La fiesta, como otros años, consistió en una excursión por las riberas para pasear entre estos monumentos de la historia de los pueblos, y en una exhibición de cómo se cortan sus grandes ramas para su poda, que estuvo a cargo de Moisés Moreno.
Además, hubo espectáculos y música, una exposición con los trabajos fotográficos presentados este año, el reconocimiento a Jesús Camarero como Amigo del Chopo Cabecero, y un recorrido por los vestigios de la Guerra Civil en el municipio.
Durante la excursión, se vinculó la presencia de los chopos cabeceros con el patrimonio cultural de los pueblos, como una seña de identidad de los mismos, a través de las explicaciones que dieron tanto Chabier de Jaime como los miembros de la asociación vecinal de Vivel del Río Martín.
De Jaime elogió la labor que está haciendo esta asociación, puesto que durante cinco años ha celebrado una jornada anual, denominada Arriba las ramas, para el desmoche de los chopos y contribuir así a conservarlos. Valoró también el inventario que han realizado e incidió en la necesidad de que tengan un mantenimiento, al menos en el caso de los más notables, porque la escamonda permite el rejuvenecimiento de la planta. “Este es un patrimonio de complicada gestión”, comentó el biólogo, que incidió en que el paisaje turolense por estos chopos es único e invita a “disfrutar del otoño”, entender el medio físico cómo se formó por la actividad humana y preservar la memoria de los pueblos.
En unos paisajes duros en territorios que están a mil metros de altitud, los chopos cabeceros son “gigantes que están vivos porque tienen una capacidad de resistencia enorme”, dijo. Los estudios científicos que han realizado indican que algunos de estos árboles en la Cordillera Ibérica en la provincia de Teruel tienen hasta 230 años de edad, y han ido configurando un “paisaje genuino” que requiere de conservación. Indicó que en otros países europeos como Bélgica o Alemania han tomado conciencia de ello, allí con sauces cabeceros, y han surgido sociedades que hacen voluntariado.
Abogó por una mayor concienciación, que ya se está produciendo, porque “estos gigantes hacen únicos estos territorios” que “nos hacen diferentes a nuestra tierra y a nuestros paisajes”, apuntó.
Aparte del estudio sobre la longevidad de los chopos cabeceros, De Jaime explicó que se ha hecho otra investigación en los ríos Huerva y Aguasvivas que han confirmado la gran diversidad biológica que albergan estos árboles. El trabajo, pendiente de publicación, ha revelado la presencia de hasta 215 especies de escarabajos en los mismos, que viven de la madera muerta o de otros organismos que se nutren de ella.
Patrimonio cultural
Durante la excursión entre los chopos cabeceros, José Luis Pueyo, de la asociación del pueblo, dio explicaciones de las posiciones defensivas de la Guerra Civil que se conservan en el municipio al haber sido frente de combate entre 1937 y 1938. Otro miembro de la asociación, Miguel Mainar, explicó por su parte la cultura del palomar, puesto que se criaban para que los pichones sirviesen de alimento y todavía se conservan algunos palomares alrededor del pueblo.
David Fernández acudió desde Ávila a la Fiesta del Chopo Cabecero por el interés que tiene por el mundo rural y porque quería ver cómo se podaban los chopos. “Ha sido una experiencia muy interesante”, comentó, y en el mismo sentido se expresaron Araceli y Gloria, que viajaron desde Zaragoza porque se lo recomendó una amiga de Pancrudo.
José Luis, de Castelserás, comentó que era la primera vez que participaba en una actividad así y que la había visto muy atractivo, mientras que María, de Navarrete, explicó que iniciativas así permiten conocer cómo era la vida en los pueblos y cómo influyeron también en el paisaje como es el caso de los chopos cabeceros. “No hay que olvidar esto porque cuando algo desaparece de la memoria ya no existe”, advirtió.
Hubo gente también de Armillas que se acercó a verlo, aunque residen en Barcelona, y que recordaron cómo se podaban los chopos con hachas cuando eran niños, y cómo la chopina, los brotes tiernos, se los daban a los conejos porque el aprovechamiento era total.
El alcalde de Vivel del Río Martín, Enrique Gadea, valoró la importancia de este tipo de actividades para mantener vivos los pueblos y explicar a la gente lo que han sido. Indicó que están haciendo lo posible por que se establezca algún vecino más en la localidad, y anunció que el 3 de noviembre abrirá de nuevo el bar tras quitarse el multiservicio al no haber dado resultado la actividad de la tienda.
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