De Utrillas a Jersón, los 7.000 kilómetros de Mané ha recorrido para que Osana duerma segura
Un turolense va hasta la frontera de Ucrania a recoger a su sobrina y trae a otras cinco mujeresLas imágenes de Jersón, la ciudad de Ucrania tomada por las tropas rusas, impactan en casa de Mané y Vitalina. Ellos están seguros en su hogar de Utrillas, pero reconocen las calles y saben que, bajo ellas, están casi todos sus parientes, a resguardo en un zulo esperando poder salir. Osana es la única de la familia que está en Kiev, donde estudia en la universidad, y ha podido llegar hasta la frontera. Lo hizo en tren hasta Leópolis y de allí tuvo suerte y logró hueco en un autobús. Sabe que al otro lado del límite entre países estará a salvo porque no hay guerra, pero sobre todo porque se encontrará con su tío Mané Fernández, que recorrió los 3.270 que hay desde Utrillas para traerla hasta España.
“El sábado a las 11 de la mañana nos llamó y nos dijo que podía salir de Kiev y llegar a la frontera. Le dije a la mujer que me iba para allá”, relata. Se fue ya con la idea de ayudar no solo a Osana y a su amiga, sino a todos los que pudiera y para ello la Asociación Ucraniana de Residentes en Aragón le prestó un monovolumen de siete plazas lleno de agua, latas de comida y bocadillos de jamón de Teruel que en la frontera de Polonia con Ucrania supieron a gloria.
El Ayuntamiento de Utrillas puso a su disposición material de primera necesidad e incluso una furgoneta, que no usó finalmente porque quería salir cuanto antes, partió el domingo por la mañana, sin esperar al lunes que era cuando estaría preparada.
Mané Fernández es minero jubilado y no se lo pensó dos veces a la hora de ponerse al volante durante 36 horas seguidas. Cruzó Francia, Alemania, Checoslovaquia, Eslovenia y Polonia, 3.270 kilómetros sin parar apenas para echar una cabezada porque quería recoger cuanto antes a su sobrina. Cuando llegó a la frontera descargó todos los alimentos y medicamentos “en el primer puesto de Cruz Roja” que encontró. Relata que hay un buen número de voluntarios ofreciendo ayuda humanitaria a los cientos de ucranianos que llegan hasta allí, pero alerta de que las necesidades irán a más porque habrá muchos más desplazados en los próximos días.
Mané quería trasladar a más gente a España, todos los que cogieran en el coche, pero los ucranianos eran reacios a montar con un desconocido por temor a que les cobrara un elevado precio por llegar a un lugar seguro. “Hay gente haciendo negocio en la frontera y les cobran 1.000 euros por venir a Europa”, comenta.
Regresó el lunes hacia España con solo dos ocupantes, Osana y su amiga, pero en Cracovia, a más de 300 kilómetros de la frontera, su mujer le llamó diciéndole que había tres mujeres, una de ellas en estado de buena esperanza, que querían irse con ellos. Se dio la vuelta para recogerlas, sumando otros 700 kilómetros a un viaje ya de por sí largo.
Mané asegura que no tuvo miedo durante el viaje de ida, pero que sí iba un poco asustado cuando regresó desde Cracovia a buscar a las mujeres por lo que pudiera ocurrir en un viaje tan largo con una joven embarazada. Sin embargo, la mujer está de pocos meses y todo fue muy bien.
Salvo su sobrina, ninguna de las ocupantes hablaba español, pero no lo necesitaron para darle las gracias con una lluvia de abrazos, besos y lágrimas al llegar a Zaragoza, donde dejó a todas las viajeras salvo a su sobrina, con quien llegó a Utrillas a las 4 de la madrugada del miércoles al jueves. Casi 90 horas de un viaje que ninguno olvidará.
En Ucrania han llamado a filas a todos los hombres entre 18 y 60 años. También hay mujeres que cogerán un fusil, entre ellas la hermana de Vitalina y madre de Osana, que se quedará con su marido en el frente para defender a su país. A la lucha se suman muchos mayores de 60 años, que aunque no están obligados sí quieren tomar las armas contra los rusos.
Vitalina lleva 20 años en España, 10 de ellos con Mané, y está muy preocupada por la situación de su país. Toda su familia, salvo sus padres, están en Jersón, tomada por el ejército ruso. Sus padres están un poco más seguros porque viven en el campo, en un pueblo alejado de grandes ciudades.
No es la primera vez que Mané va en coche hasta Ucrania, ya que este verano se desplazó allí para la boda de su hijo. Precisamente es el único de la familia que no está en peligro porque es mecánico de barcos y se encuentra en Sudáfrica. Sí está en Jersón su mujer, refugiada junto al resto de la familia bajo tierra. “Allí son habituales estos zulos, llevan preparándose para una cosa así desde la invasión de Crimea”, comenta Mané.
Cuando salen de los refugios para comprar los rusos les piden el pasaporte y les quitan cualquier aparato tecnológico que lleven encima, sobre todo los móviles, para impedir la comunicación con el exterior. “Están cagados”, reconoce. Apenas ha descansado, pero si hace falta se pondrá de nuevo al volante. Le gustaría hacer el viaje para traer a su familia, pero indica que lo hará igual para que lleguen a España otros ucranianos que quieran huir de las bombas. Ahora ya se conoce el camino.
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