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Sarrión y sus riegos Sarrión y sus riegos

Sarrión y sus riegos

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Cruz Aguilar

He escrito tantas líneas del proyecto del regadío social de Sarrión que menos mal que las cifras han cambiado en varias ocasiones, que si no me las sabría de memoria. A las pocas semanas de llegar a este diario ya oí hablar de un proyecto que, 16 años después, sigue sobre el papel. 
Han sido años de cambios en el proyecto y de negociaciones entre el Gobierno de Aragón y los truficultores. Finalmente se ha redactado un convenio con lo que tiene que hacer cada cual. E­­­­­­ste acuerdo se tendría que firmar a corto plazo y parece que todos están de acuerdo, son optimistas y creen que así será.
El otro día Chema López Juderías escribió una columna en este mismo espacio con los titulares del Diario de Teruel sobre las obras del hospital. Promesas, promesas y más promesas. Con el riego de Sarrión podríamos hacer algo parecido y la búsqueda en la hemeroteca sería sencilla, puesto que solo tendríamos que coger las declaraciones de los diferentes consejeros de Agricultura, de los diferentes partidos, y de los distintos presidentes, también de los distintos partidos, realizadas en la Feria de la Trufa de Sarrión cada mes de diciembre. 
Todos lo han prometido, algunos incluso lo han presupuestado. Los truferos se buscaron la vida para tener el dinero con el que hacer frente a su parte, que al final serán 8,64 de los 15,3 de inversión. Eso sí, en estos años sumaron y restaron hectáreas en varias ocasiones complicando con ello el proyecto. Muchas de estas variaciones se deben a que han perforado pozos por su cuenta para regar. Ahora el precio por hectárea es caro, casi 25.000 euros de los que 14.000 los pondrá el propietario, pero podría abaratarse con la inclusión de más hectáreas. 
Las primeras piedras suelen ser un bluf (podría poner varios ejemplos pero me voy a cortar, que si no con cada columna pierdo amigos), pero en este caso tengo ganas de escribir que por fin se ha puesto. Aunque la verdad es que me gustaría más redactar la información de la primera gota –de riego, se entiende–, aunque, al paso que vamos, no pondría la mano en el fuego (o en el charco) de que lo vaya a hacer.