El mes de noviembre es para mí el mes de la trufa. La cosecha empieza a mediados y más o menos es el momento en el que nos ponemos de lleno a trabajar en la revista monográfica que cada año sacamos con la excusa de Fitruf y con el aliciente de ofrecer reportajes nuevos que puedan interesar al sector.
Para ello hablamos con los protagonistas, que nos cuentan sus inquietudes y nos transmiten las necesidades que tienen sobre diversos aspectos. El agua es muy necesaria para la trufa, eso nadie lo duda, pero todavía no está claro cuándo debe llover o el momento en el que hay que regar. En verano es importante porque está creciendo el hongo, pero también lo es en primavera, cuando se está formando.
La truficultura es un cultivo del que se sabe muy poco porque hace muy poco que es un cultivo. No es como el vino, la cebaza o la oliva, que llevamos siglos sembrando y recogiendo. Pero además, aunque es un sector clave en Teruel, en el conjunto del mundo apenas mueve unos pocos euros en comparación con otros productos de consumo masivo aunque precio más barato. Por eso tampoco hay empresas interesadas en investigar y deben ser las instituciones públicas con fondos públicos las que trabajen el tema. Pero eso sí, como justificaba una técnico en una entrevista, pensando en que los resultados tienen que ser aplicables en el campo y no quedarse solo en el papel.
Lo que nació como un cultivo casero, copiado de los franceses y experimentado en las fincas poco productivas de Sarrión, se ha convertido en todo un motor económico para algunos pequeños pueblos. En Sarrión fueron pioneros en cazar la trufa silvestre, los primeros en plantar carrascas con micorrizas de trufa en sus raíces y ahora lo están siendo también en regarlas, una garantía para la cosecha, que de otra forma es más que dudosa.
Este 2017 es uno de los más secos de la última década en toda España y posiblemente el mercado de la Estación de Mora marcará de nuevo el precio a nivel mundial. Porque se cogerá poca, pero la mayor parte se cogerá aquí.