José Antonio Benavente, pregonero de Lakuerter Íbera 2021: “Excavar todo el yacimiento de El Cabo de una tacada fue una oportunidad única”
El exgerente de la Ruta de los Íberos, satisfecho de que la historia dinamice Andorra socioeconómicamenteA José Antonio Benavente le tacharon de loco cuando, en 1990, dejó un acomodado puesto de trabajo como arqueólogo en el Ayuntamiento de Zaragoza para regresar a Alcañiz con la idea de recuperar yacimientos en el Bajo Aragón, especialmente de origen íbero. Tres décadas después acaba de dejar otro empleo, el de gerente del Consorcio Patrimonio Ibérico de Aragón, con el que desde 2007 ha impulsado la rehabilitación y dinamización de una veintena de yacimientos en cinco comarcas y la apertura de once centros de visitantes que dinamizan el territorio. Su aspiración es que el Parque Arqueológico de El Cabo, en Andorra, acabe siendo el centro de divulgación, didáctico y recreación histórica con el que sueña desde el año 2000, cuando trasladó el poblado de Corta Barrabasa piedra a piedra hasta San Macario para que una mina de carbón a cielo abierto no se lo llevara por delante. Dos décadas después, Andorra vive toda una fiesta de recreación histórica en base a sus antepasados. El viernes, Benavente fue pregonero de Lakuerter Íbera, todo un honor para él.
-¿Qué supone para usted ser pregonero de Lakuerter Íbera?
-Es un honor poder participar en este evento. Por lo tanto, mi sincero agradecimiento al Ayuntamiento de Andorra y a las entidades que lo han organizado.
-En su carrera, Andorra ocupa un lugar preferente.
-Precisamente en el pregón hablé muy brevemente de la historia de El Cabo, un proyecto en el que participé desde el primer momento. En este yacimiento, del siglo V a.C., Rosa Loscos y Miguel Ángel Herrero hicieron unas catas en 1994, y en diciembre de 1998 fue cuando Endesa sacó a concurso la excavación completa. Me presenté con una empresa y dirigí los trabajos. Aquello fue para mí una oportunidad única que no creo que se vuelva a repetir, pues suponía excavar un poblado ibérico completo de una tacada, algo que no se ha hecho nunca. De hecho, bajamos precio porque lo consideramos muy importante. Llamé a Fernando Galve, que estaba como arqueólogo en Andorra, y estuvimos cerca de un año. Llegamos a tener hasta 30 personas trabajando allí.
-¿Cómo fue el proceso de llevar El Cabo a San Macario?
-Endesa había llegado a un acuerdo con la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Aragón por el que financiaba la excavación con la condición de que, una vez finalizada, se eliminaría porque molestaba para la continuación de una mina a cielo abierto, Corta Barrabasa. Me pareció que había que intentar evitar esa destrucción, de modo que propusimos al Ayuntamiento trasladarlo y le pareció buena idea. Así que numeramos y señalizamos todos los elementos significativos (apoyos de poste, umbrales de puesta y muros de la casa principal), los pusimos en palés y los trasladamos a San Macario. Buscamos una topografía similar y allí había una escombrera cuya inclinación nos servía. Es un caso único. Se han trasladado ermitas cuando han hecho pantanos, pero poblados nunca. Planteamos esta cuestión un poco como memoria de las raíces de los ancestros de Andorra.
-Llevan dos décadas con el proyecto de Parque Arqueológico, y va para largo.
-Empezó en el año 2000, por lo que llevamos más de 20 años poco a poco reconstruyéndolo. Hay que aclarar que es un Parque Arqueológico, no es un yacimiento sino una recreación a la que han aportado el Ayuntamiento y el Inaem mediante escuelas taller, talleres de empleo y algún campo de trabajo. También contamos con la colaboración de la asociación Sedetanos de El Cabo que dinamiza.
-Y de esa memoria de los ancestros de Andorra surge Lakuerter Íbera, que forma parte de la Asociación Española de Fiestas y Recreaciones Históricas, con 2.000 personas que se visten de época y una feria.
-Fue una sorpresa, porque la verdad es que cuando iniciamos el proyecto lo tomamos como algo a muy largo plazo, 30 o 40 años. Pero la Asociación Empresarial de Andorra-Sierra de Arcos y Bajo Martín promovió la celebración de esta fiesta. Que se tome la cultura ibérica como elemento festivo, de recreación y dinamización económica nos parece estupendo. Precisamente, si hacemos arqueología es para que sirva para algo, que no se quede solo en investigación sino que pueda llegar a ser motor económico y dinamización turística. La gastronomía también tiene una parte importante, hicimos unos cursos de cocina para elaborar menús íberos.
-¿Fue complicado integrar en el Consorcio Patrimonio Ibérico de Aragón a 22 entidades de dos provincias?
-Precisamente lo más complicado es lo que tiene más mérito. Conseguimos poner de acuerdo a 12 ayuntamientos y cinco comarcas de todos los colores políticos, dos diputaciones, Turismo de Aragón y la Dirección General de Patrimonio Cultural para recuperar un patrimonio que estaba olvidado. Muchos yacimientos se excavaron a principios de siglo XX y estaban totalmente abandonados. Fue posible gracias al entonces director general de Patrimonio Cultural y hoy director del Museo de Teruel, Jaime Vicente Redón, y el apoyo decidido de los grupos Leader para ganar un recurso turístico y cultural. Adibama, Omezyma y Cedemar entraron y así fue como empezó. Después de muchas reuniones y un trabajo de dos o tres años, en 2007 se constituyó el Consorcio.
-Acaba de dejar la gerencia. ¿Qué balance hace de 14 años al frente de la Ruta Íberos en el Bajo Aragón?
-Manejamos un presupuesto muy reducido, apenas 120.000 euros al año, y con eso mantenemos 20 yacimientos limpios, señalizados y en funcionamiento, y 11 centros de visitantes que abren de Semana Santa a diciembre y que generan empleo, aunque precario porque no están todo el año. Además, hacemos investigación y promoción en colegios, restaurantes, etc. En España hay varios proyectos relacionados con la cultura ibérica, pero este lo interesante es que nace en el Bajo Aragón. El proyecto que hay en Jaén parte de la universidad, que decide cómo, dónde y cuándo; y en Cataluña hay un proyecto muy parecido aunque mucho más desorganizado porque no hay una gestión conjunta. En el caso del Consorcio, las entidades participan en la toma de decisiones en juntas de gobierno. Y hay un comité científico con los mayores expertos en Aragón en cultura ibérica.
-¿Cuántos visitantes anuales tenía la Ruta antes del covid?
-Calculo que 40.000 personas, contabilizadas en los centros de visitantes y en un solo yacimiento, San Antonio de Calaceite, en el que hay un ecocontador. Solo por allí pasan 13.000 personas al año. Hay que decir que es un yacimiento especial, porque está en el Matarraña que es muy turístico y el acceso con vehículos es muy sencillo. Los yacimientos son bastante más visitados que los centros, que aunque sea con horario reducido hacen el papel de oficinas de turismo en pueblos pequeños como Oliete, Alloza, Mazaleón, Valdeltormo o Cretas. Incluso las oficinas de turismo de Caspe y Alcorisa están situada en el centro de visitantes.
-Falta por abrir Andorra.
-Está hecho el proyecto museográfico y a ver si para el año que viene es posible abrirlo. Sería muy importante, un paso más para el Parque Arqueológico.
-Se ha retirado del Consorcio, pero no de la actividad arqueológica a pie de yacimiento.
-Yo digo que me he jubilado del trabajo administrativo y burocrático que supone gestionar el Consorcio, pero no he acabado de trabajar y no pienso retirarme de ninguna manera. Sigo participando en proyectos de investigación como dirección científico. Llevo el Taller de Arqueología de Alcañiz, que allí tenemos muchas opciones de mejora. He estado excavando en El Palao de Alcañiz, participando en una excavación en Els Castellans de Cretas y tengo en marcha varios libros: uno sobre la historia del aceite, otro sobre la historia de Alcañiz y varios proyectos más. Ahora que tengo más tiempo puedo dedicarme a la investigación y a publicar. Tengo pendiente publicar la memoria de excavaciones de El Cabo de Andorra, un proyecto que es poco conocido en el mundo científico precisamente porque no he tenido tiempo ni recursos.
-¿Cuál es su yacimiento preferido de todos los que ha excavado en estos años?
-En general, para mí ha sido muy importante recuperar y convertir un patrimonio abandonado en el medio rural turolense en recursos culturales y turísticos, que además funcionan y crean algo de empleo. Particularmente, he apostado siempre por El Cabo de Andorra porque tiene mucho futuro, muchas posibilidades desde el punto de vista turístico, didáctico, de arqueología experimental, recreación histórica... Es un proyecto a muy largo plazo. Llevamos 20 años y quedan otros 20, diría yo, pero si se sigue trabajando estoy convencido de que para Andorra será un recurso importante. Ha sido una apuesta personal sobre un proyecto que ahora se empieza a entender, pero hace dos décadas nos miraban como auténticos marcianos.
-¿En qué otros proyectos ha trabajado al margen de la arqueología?
-La Ruta de las Cárceles del Mezquín y Matarraña es otro proyecto que preparé; también aporté desde el Taller de Arqueología a las Bóvedas del Frío; los Pasadizos de Alcañiz también es otro invento mío: convertir una cosa que había por ahí bajo el suelo en un recurso turístico que funciona muy bien porque pasa más gente que por el castillo; para la Expo de Zaragoza preparamos un proyecto de rutas y obras hidráulicas como fuentes, lavaderos, abrevaderos, balsas...
-¿Por qué es tan rica en yacimientos ibéricos esta zona?
-No debe de ser más rica que el Levante peninsular, pero ocurre que aquí se excavó mucho a principios del siglo XX con Pere Bosch, del Institut de Estudis Catalans, Mosén Vicente Bardaviu, Pierre Paris o Juan Cabré. Hubo una época con una actividad de excavación febril. En eso nos hemos basado, en recuperar esos sitios excavados y que se habían abandonado. Esta es la zona con mayor densidad de asentamientos ibéricos excavados casi completamente de toda España, en un radio de 30 o 40 kilómetros desde Alcañiz tenemos una veintena. Esto no ocurre en Cataluña, ni en Jaén, ni en Valencia. La actividad se retomó con el Taller de Arqueología de Alcañiz, después con el Consorcio, trabajando con los franceses en Foz Calanda, Valdeltormo y Alcañiz... Pero tengo que decir que trabajamos en solitario porque en la Universidad de Zaragoza no hay nadie que se dedique a la cultura ibérica. En Aragón, está el Museo de Teruel en San Pedro de Oliete, nosotros en el Bajo Aragón y nadie más.
-De sus investigaciones podría deducirse que el Bajo Aragón ya era un gran productor de aceite hace más de 2.000 años. ¿Qué aplicación práctica pueden tener estos conocimientos en la actualidad?
-Hay cuestiones que están por definir o aclarar totalmente, y lo del aceite es una hipótesis. Todavía no tenemos la información para confirmarlo al cien por cien, pero mi opinión es que en el siglo I a.C. ya se producía aceite. Lo que está claro es que en el siglo III la producción ya era a gran escala, como demuestra la almazara de Urrea de Gaén, ya de época romana. ¿Para qué sirve todo esto? Precisamente, para que el Aceite del Bajo Aragón, que es un producto importantísimo para la economía, tenga ese marchamo y se pueda decir que es bimilenario. Esta tradición aceitera, de cara a la promoción, venta y calidad del producto, es un valor añadido muy importante.
-¿Tiene alguna espina clavada, algún proyecto que no haya sido capaz de llevar a cabo?
-Que no hayamos conseguido hacer el Museo de Alcañiz. Yo trabajaba de arqueólogo en el Ayuntamiento de Zaragoza y dejé ese trabajo para volver a Alcañiz en 1990 para trabajar en mi pueblo en la recuperación de patrimonio. La primera escuela taller la dirigí yo, trabajamos en la zona del castillo y del río. Uno de los objetivos que he tenido siempre, como fundador y presidente del Taller de Arqueología, es que se hiciera ese ansiado museo de historia local en el que la arqueología formara parte porque Alcañiz es el municipio con más yacimientos de Aragón, con diferencia. Existen 300 de ellos catalogados. Pero desde 1990 estamos igual o peor, soy más escéptico ahora que antes.
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