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Isabel Marco

Prácticamente desde que nacemos tenemos cerca un fiel compañero que nos da alegrías y penas, que nos acompaña en las tardes de lluvia y en las noches de desvelo, que nos confiesa todos sus pecados y nos hace meditar sobre los nuestros, que simplemente está ahí para hacernos pasar un buen rato o para enseñarnos cómo superar los misterios de la vida: el libro.

Ha pasado mucho desde aquellos troquelados que leía cuando era pequeña. Ahora los formatos son infinitos. De bebés disfrutan en la bañera con esos libros de hojas de plástico que se mojan, con los de hojas de telas crujientes y texturas diferentes que además de leer se muerden y estrujan, los libros de hojas gruesas de cartón con ventanas que se abren y se cierran, con materiales suaves, rugosos, peludos... los que tienen figuras que se levantan al abrir la página, los que se ponen en movimiento al tirar de una lengüeta y los que tienen botones con sonidos y alguna que otra luz. Un sin fin de propuestas diferentes que compiten como pueden ante ese gigante electrónico que ocupa nuestras manos los minutos del día. Tan llamativo, tan visible y apetitoso, con tantas luces y sonidos que hace que los cuentos queden relegados en multitud de ocasiones, y es que es más corriente ver niños en el carrito con un teléfono móvil dándole al dedito para elegir el siguiente vídeo que viendo y mordiendo los animales de tela de ese libro de vivos colores que cuenta historias infinitas.

Bebés que aprenden a pasar las fotos del teléfono antes que las hojas de un libro, y después nos echaremos las manos a la cabeza cuando veamos los índices de comprensión lectora y expresión escrita por los suelos, la venta de libros en las librerías con unos índices irrisorios o cuando tener el carnet de la biblioteca sea algo de otro planeta; espera, que igual ya lo es.

Después de todo los niños, en general, leen más que sus padres que bajo la excusa del tiempo ya ni se acuerdan de la última vez que leyeron un libro. Quizá ese bestseller de piscina o cuando todavía no tenían hijos. Sin embargo, sí que hay tiempo para ver la serie de moda o para los vídeos cortos y tontos de las redes sociales durante más rato del que se cree.

A veces las personas nos tomamos el hábito lector como si fuesen los deberes del instituto, una obligación por la que dejamos de hacer otras cosas más estimulantes. Pero nos olvidamos de que la lectura tiene que ser eso, una actividad estimulante que ponga en pie de guerra a nuestro cerebro y que active todas las conexiones sinápticas, que sea capaz de erizarnos la piel, de sacarnos una carcajada o de provocarnos el llanto, que no nos deje pensar en otra cosa y que cuando lo cerremos solo tengamos ganas de abrirlo para leer un capítulo más. Si no te ocurre alguna de esas cosas es que simplemente tienes que cambiar de libro, como el que cambia de canal; eso o que tienes el cerebro dormido de tanto consumir vídeos vacíos que te alienan la mente, señal de que necesitas hacer un cambio para preservar la vida de tu cerebro.

Dicen que hay que darle una oportunidad y no abandonar el libro antes de las cuarenta o cincuenta páginas para conocer un poco a los personajes y la trama, vendría a ser como el episodio piloto. Hay personas que son muy fieles a un autor o autora, o a una línea editorial porque saben que encaja con sus gustos. Si no sabes qué libro elegir, puedes preguntar a tu librera o librero o a la persona a cargo de la biblioteca, seguro que sabe aconsejarte sobre qué libros pueden sen de tu agrado.

Por lo pronto, este martes 23 de abril, regala lectura o el carnet de la biblioteca, regálate un libro, aunque sea de los que se meten en la bañera, todo es empezar.