Síguenos
La muerta La muerta
Imagen de Freepick

Isabel Marco
Hay ocasiones en las que ocurre lo que menos esperas. Situaciones que por sus características de seriedad y pulcritud no se concibe que pueda ocurrir algo que se salga del guión. Pero estas cosas ocurren y tal vez, por ocurrir en esos momentos tan particulares, es por lo que resultan simpáticas.

Hace algunos años mi pareja y yo tuvimos que ir a dar un pésame; la abuela de una amiga había fallecido y estaba bastante afectada por el estrecho vínculo que les unía. El velatorio era en el tanatorio, así que allí fuimos. Se nos hizo un poco más tarde de lo que pensábamos, íbamos caminando aligerando el paso a cada minuto que pasaba para no llegar demasiado tarde. No queríamos encontrarnos con demasiada gente porque se nos hace difícil recordar todos los parentescos y dilucidar a quién debemos dar las condolencias y a quién no; es una característica que compartimos ambos, aunque no la que nos unió, como se puede imaginar. El problema era que no sabíamos si la última hora de la tarde sería muy concurrida o no, pero, había que ir sí o sí; se trataba de una buena amiga y teníamos que mostrarle nuestro apoyo en unos momentos tan difíciles para ella.

Llevaba la guitarra a cuestas, pues venía de ensayar; una guitarra es el complemento perfecto para ir a dar un pésame: ligero, ocupa poco espacio, es manejable… (léase con ironía). Yo ya lo había pensado, pero fue una de esas veces en las que pienso las cosas pero no actúo en consecuencia. Ya en la puerta le dije a mi pareja: Y ahora, ¿qué hago con esto? Señalando a la guitarra. Su respuesta fue resoplar mientras negaba con la cabeza y me cogía la guitarra de las manos. Abrimos la puerta y entramos dispuestos a encontrar rápidamente a nuestra amiga para no meternos en situaciones embarazosas de ir dando el pésame a quienes no debíamos.

Esos primeros segundos al entrar en el tanatorio fueron bastante confusos para nosotros. Los dedicamos a buscar entre la gente a nuestra amiga, pero no estaba por ninguna parte. La conclusión a la que llegamos fue que quizás se había marchado ya después de estar allí todo el día, o que tal vez estaba dando un paseo para despejarse. Lo siguiente fue buscar a su hermana, a sus padres, pero tampoco los veíamos por ahí. La sala no era muy grande, así que en seguida terminamos de hacer ese escáner rápido y nos miramos con cara de circunstancia sin saber qué hacer, porque no conocíamos a nadie más de su familia, ni a sus tíos, tías, ni a sus primos, ni a sus primas. Nos extrañamos un poco porque no había casi nadie, había tan solo unas cuantas mujeres rezando el rosario junto al féretro, murmurando misterios, y un corrillo de otras tres señoras que hablaban diciendo algo como que se la había llevado muy rápido. En ese momento veo que mi pareja da unos pasos al frente, directo hacia esas mujeres con la guitarra en la mano, parecía Antonio Banderas a punto de desenfundar más que mi pareja confusa; así que pensé que conocía a alguna de esas mujeres. Por suerte así fue, resultó que conocía a una de ellas y, tras la conversación de rigor cuando te encuentras con alguien en un tanatorio; se hizo un silencio incómodo que duró una eternidad. El silencio lo rompió aquella mujer al preguntarnos: ¿De qué conocíais a Ángela? Nosotros respondimos casi al unísono tropezando las palabras del uno con las del otro: Somos amigos de sus nietas. ¿Sus nietas? Dijo la señora extrañada mientras  estiraba el cuello para mirar a la muerta que descansaba serena en su tumba. Si no tenía nietas. Sí mujer. Insistimos nosotros, la mayor se llama Elisa y la pequeña Carla. La señora, negaba con la cabeza sin poder quitar los ojos de la muerta. Que no, que no. Que es imposible. Tanta seguridad ponía en sus palabras que fue cuando empezamos a dudar de las nuestras y, mientras nos volvíamos para mirar a la señora muerta, esta amable mujer nos decía. Es imposible que conozcáis a sus nietas, eso no puede ser, estáis completamente confundidos: era monja.