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El abrazo El abrazo
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Miguel Rivera
Hoy quiero compartir con ustedes, amigos lectores, una historia personal. Hace un tiempo tuve una discusión dura y difícil con una persona cercana, importante para mí y en quien yo tenía puesta una gran confianza. Me consta que él tenía un sentimiento similar por mí. Como normalmente sucede en estas situaciones, toda la discusión fue fruto de un triste y desafortunado malentendido entre ambos, el motivo no es relevante para la historia. Cuando dos personas de confianza discuten, normalmente se da una circunstancia: no entienden el punto de vista del otro y solamente intentan expresar el sentimiento propio de rabia, frustración o desengaño. Algo parecido nos sucedió a nosotros.

Creo que el sentimiento que nos pudo invadir a ambos fue bastante similar: decepción y tristeza por el punto de desencuentro. Yo sentí cómo algo se rompía ese día entre los dos y eso me dolió profundamente, lo pasé realmente mal. Con el paso de los días, el dolor, lejos de desaparecer, se iba incrementando, mezclado en ciertos momentos con la incertidumbre de saber si tendría solución.

No entendía cómo ni por qué habíamos llegado a esa situación, y me hería en el alma el haber perdido la confianza de esa persona. Supongo que él tenía un sentimiento parecido. Las palabras que había escuchado resonaban repetidamente dentro de mi cabeza.

Pasaron semanas, meses sin hablar. La herida debía ir cerrándose poco a poco. Al calor de un buen resultado en un partido muy importante para mí, recibí un mensaje suyo de felicitación. Fue un día muy importante en lo deportivo, se trataba de una gran victoria, de mucho prestigio. Por ello, el número de mensajes que recibí fue muy grande (ya saben que la victoria tiene mil padres y la derrota suele ser huérfana). El suyo, por todo lo que había detrás, fue especial y me produjo una tremenda alegría. Él dio el primer paso hacia una necesaria reconciliación y yo lo agradecí sinceramente.

Hace pocos días, cosas del azar, tuvimos la oportunidad de volver a vernos, varios meses después de aquel triste episodio. Pudimos charlar un rato, aunque no en profundidad, como quizá nos hubiese gustado, pero, al despedirnos, pudimos darnos un abrazo en el que, sin decir nada, nos transmitimos mucho mutuamente.

Creo que el sentimiento de perdón, el saber reconciliarse con un amigo, es una de las mejores sensaciones que uno puede sentir. No es fácil saber olvidar lo que hizo el otro, pero aún es más difícil saber reconocer que uno se equivocó y, por tanto, que debe acercarse a la otra persona.

Para llegar a una reconciliación, al necesario perdón, hay que hacer un ejercicio importante de empatía: saber ponerse en los zapatos del que está enfrente, adivinar cómo se siente, qué le hirió y por qué, y, sólo después de eso, es viable que dos personas puedan negociar una solución a su conflicto. Es más fácil, aunque seguramente menos productivo, ser testarudo, pensar que nunca se olvidará la ofensa recibida y romper todo vínculo, pero en ese caso, nunca se saboreará el dulce sabor de un abrazo de reconciliación.