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Nacho Navarro y sus maravillas Nacho Navarro y sus maravillas

Nacho Navarro y sus maravillas

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Nacho Escuín

Algunos de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia y juventud sucedieron en el cine. Tengo grabado en la memoria un conjunto de emociones ligadas a las enormes películas que vi allí y que nacían para mí antes, incluso, de traspasar las puertas del mismo y sentarme en sus butacas. Vienen a mi cabeza un sinfín de fines de semana en los que, en compañía de unos cuantos amigos, vimos un buen montón de comedias, algunas películas bélicas más tarde y algún que otro drama. Aprendí a entender y adorar a Woody Allen –su espléndida estética, no tanto esa vida compleja que tan bien se explica en sus memorias tituladas A propósito de nada, un libro que cayó en mis manos hace un par de navidades y devoré de principio a fin- y también me quedé impactado con una de las películas que marcarían mi vida, Beautifull girls–de Ted Demme- donde el personaje interpretado por Timothy Hutton no sería el único que quedara prendado para siempre de la mirada de Natalie Portman. Allí, en ese mismo cine, años más tarde –tres consecutivamente-, en compañía de mis padres y mi prima Isabel, vimos El señor de los anillos, una adaptación extraordinaria del libro de J.R.R. Tolkien y uno de los más grandes ejercicios de fantasía y épica que uno pueda imaginar.

Sobre Tolkien y su universo infinito podría hablar durante días mi querida Maica Rivera, que conoce todos sus secretos y lo vincula siempre a lo que nos sucede en la vida. Antonio Pérez Lasheras, un sabio y otro de mis maestros mágicos, dice que la diferencia esencial entre la comedia y la tragedia es básicamente cómo acaba la historia, y esta y la mayor parte de las que disfruté en el cine acaban bien –luego la vida me trajo unas cuantas de las otras y me convertí en una víctima del drama-.

Tardé bastante tiempo en reparar en quién estaba detrás de toda esa magia. Supongo que todo eso sucede fruto de la juventud y de la inopia en la que uno vive, pero tuvieron que transcurrir unos cuantos años para que entendiera que detrás del milagro del cine de verano estaba la misma persona que había mantenido encendidos mis sueños a través de una pantalla. Se trataba de Nacho Navarro. Cuando pienso en el cine y en Teruel vienen siempre a mi cabeza unos cuantos nombres: Pimpi López Juderías, Paco Martín, Gonzalo Montón, Javier Millán –que lo sabe todo sobre Buñuel y Chomón- Javier Hernández, Raquel Vicente, Guillermo Chapa, Fran Muñoz, Esther Llorens y, por supuesto, Nacho Navarro.

Tardé unos cuantos años más en darme cuenta de la “maravilla” que nacía del mismo cine llamada Cabiria. Cuadernos turolenses de cine. Al grupo de entendidos y activistas ya citados había que sumar la participación constante de otros turolenses inquietos como Juan Villalba –que está en todas-, José Baldó, Maite y Elena Joven, Elena Gómez e Iván Núñez -entre otros-, y la presencia de autores tan interesantes como Carlos Gurpegui o Ángel Gonzalvo –que han hecho mucho por el cine y la educación en Aragón-. De nuevo, detrás de esa joya estaba Nacho Navarro, quien había asumido la hercúlea tarea de mantener viva la revista, incluso, en los días en los que las instituciones no ayudaban.

Me pregunto qué hubiera sido de todos nosotros sin Nacho Navarro. Intentad imaginar por unos instantes qué hubiera sido de nuestras vidas sin el cine Maravillas, sin su cineclub, sin el cine de verano, sin Cabiria… Ahora que se cumplen cuarenta años –y algunos más- de casi todas las cosas que soñó y puso en marcha este turolense incansable deberíamos todos acercarnos a su cine en una peregrinación de acción de gracias para, al menos, reconocerle su esfuerzo y trabajo. Quizá sería pertinente que algún grupo solicitara en un pleno municipal el reconocimiento que merece, que se le hiciera hijo predilecto o lo que se estime oportuno. Supongo que Nacho Navarro no necesita esto, supongo que él ha hecho todo lo aquí enumerado -y unas cuantas cosas más- porque cree en el cine por encima de cualquier cosa. Su vida está ligada a la gran pantalla, a su sala y a todas las maravillas que han nacido de él.