Tengo una de esas largas conversaciones con mi amigo Mario Hinojosa, ese poeta y novelista lleno de talento que pasea por los alrededores de Teruel y observa sin cesar.
Esta vez hablamos de la propia vida, de esas cosas que nos preocupan a los dos y del sentido que nuestros propios pasos han tomado. A veces volvemos a casa felices después de nuestros encuentros y otras un pelín pesarosos después de concluir que quizá hemos fracasado un poco como individuos. Esa duda, y las ganas de vivir y de escribir sin cesar, es la que nos mantiene vivos y alerta.
Mario es un poeta de los pies a la cabeza. Sabe que la poesía es el camino donde solo algunos pueden transitar y con unos cuantos libros ya publicados anda siempre en busca del siguiente poema. Es perfeccionista y un entusiasta de aquello que le rodea. A diferencia de muchos escritores, él siempre me habla bien de los demás y de los libros que está leyendo. Es un terrible buscador de la belleza, no deja de bucear nunca en el interior de las personas, no descansa jamás y siempre está atento a todo cuanto sucede a su alrededor. Probablemente yo antes era un paco así, ahora ya soy más despistado o he decidido impostar eso.
Un poeta de verdad será siempre un fingidor, como decía Pessoa, y es siempre, a la manera de los versos de Rimbaud, un otro formado por todo lo que lee de los demás y todo lo que ve a su alrededor. Pero dentro de esta rara avis, Mario es auténtico, es una fuerza de la naturaleza difícil de explicar desde su delgadez extrema y su desastre –todos lo somos un poco o en demasía-.
El otro día, en el club de lectura del Casino de Teruel, gracias a la cortesía de Jorge Moradell, conversamos un ratito rodeados de buenas lectoras de su Fractal, la novela que hace bien poquito ha publicado. Mario nos habló de eso que sabemos pero casi siempre olvidamos cuando leemos una historia: todos los personajes de la misma son el propio autor. Nos habló de lo que le gustan las ciudades con río, de Roma y el Tíber –que da nombre a uno de los protagonistas-, de Teruel y su vega del Turia y los paseos que allí da con sus hijos y su chica. Mario se adentró en las tramas y subtramas de Fractal, ese objeto literario geométrico que ha concebido y en el que las estructuras repiten el mismo patrón a diferentes escalas. Me permití opinar sobre el fondo autobiográfico de la obra en un abuso de confianza y en una evidente ceguera crítica, pues todas las novelas lo son, como todos los poemarios, como todo lo que nace de la imaginación. Todos generamos ficción desde lo que conocemos, desde aquello que hemos aprendido o que la experiencia nos ha enseñado.
Hablamos también del duro proceso de escritura y reescritura, de cómo se encerró en su trabajo durante unos cuantos meses y cuánto de obsesivo es ese trance en el que solo el deseo de llegar al final hace que uno no se rinda en el camino. También mencionamos esa sensación de extrañamiento que siempre lo recorre todo para aquellos individuos que son sensibles, demasiado a veces por fortuna. Hablamos también de una sociedad cargada todavía de prejuicios y enferma de juicios morales, de la necesidad de entender bien el término libertad y de cómo se puede aplicar a uno mismo y a los que le rodean.
Mario es un escritor necesario. También es un tipo incoherente y cabal al mismo tiempo, una persona imprescindible e irremplazable, incómodo para aquellos que solo defienden un discurso único, sea el que sea, y que entiende la duda y la paradoja como forma de vida. Es, ante todo, una bellísima persona, bondadoso y repleto de generosidad y que ama Teruel y sus paisajes como pocos. Les invito a todos a acercarse a su literatura y así aproximarse a él. Sin duda que ese viaje será grato, hará que todos sean más felices. Hará que su vida sea mucho mejor.
Esta vez hablamos de la propia vida, de esas cosas que nos preocupan a los dos y del sentido que nuestros propios pasos han tomado. A veces volvemos a casa felices después de nuestros encuentros y otras un pelín pesarosos después de concluir que quizá hemos fracasado un poco como individuos. Esa duda, y las ganas de vivir y de escribir sin cesar, es la que nos mantiene vivos y alerta.
Mario es un poeta de los pies a la cabeza. Sabe que la poesía es el camino donde solo algunos pueden transitar y con unos cuantos libros ya publicados anda siempre en busca del siguiente poema. Es perfeccionista y un entusiasta de aquello que le rodea. A diferencia de muchos escritores, él siempre me habla bien de los demás y de los libros que está leyendo. Es un terrible buscador de la belleza, no deja de bucear nunca en el interior de las personas, no descansa jamás y siempre está atento a todo cuanto sucede a su alrededor. Probablemente yo antes era un paco así, ahora ya soy más despistado o he decidido impostar eso.
Un poeta de verdad será siempre un fingidor, como decía Pessoa, y es siempre, a la manera de los versos de Rimbaud, un otro formado por todo lo que lee de los demás y todo lo que ve a su alrededor. Pero dentro de esta rara avis, Mario es auténtico, es una fuerza de la naturaleza difícil de explicar desde su delgadez extrema y su desastre –todos lo somos un poco o en demasía-.
El otro día, en el club de lectura del Casino de Teruel, gracias a la cortesía de Jorge Moradell, conversamos un ratito rodeados de buenas lectoras de su Fractal, la novela que hace bien poquito ha publicado. Mario nos habló de eso que sabemos pero casi siempre olvidamos cuando leemos una historia: todos los personajes de la misma son el propio autor. Nos habló de lo que le gustan las ciudades con río, de Roma y el Tíber –que da nombre a uno de los protagonistas-, de Teruel y su vega del Turia y los paseos que allí da con sus hijos y su chica. Mario se adentró en las tramas y subtramas de Fractal, ese objeto literario geométrico que ha concebido y en el que las estructuras repiten el mismo patrón a diferentes escalas. Me permití opinar sobre el fondo autobiográfico de la obra en un abuso de confianza y en una evidente ceguera crítica, pues todas las novelas lo son, como todos los poemarios, como todo lo que nace de la imaginación. Todos generamos ficción desde lo que conocemos, desde aquello que hemos aprendido o que la experiencia nos ha enseñado.
Hablamos también del duro proceso de escritura y reescritura, de cómo se encerró en su trabajo durante unos cuantos meses y cuánto de obsesivo es ese trance en el que solo el deseo de llegar al final hace que uno no se rinda en el camino. También mencionamos esa sensación de extrañamiento que siempre lo recorre todo para aquellos individuos que son sensibles, demasiado a veces por fortuna. Hablamos también de una sociedad cargada todavía de prejuicios y enferma de juicios morales, de la necesidad de entender bien el término libertad y de cómo se puede aplicar a uno mismo y a los que le rodean.
Mario es un escritor necesario. También es un tipo incoherente y cabal al mismo tiempo, una persona imprescindible e irremplazable, incómodo para aquellos que solo defienden un discurso único, sea el que sea, y que entiende la duda y la paradoja como forma de vida. Es, ante todo, una bellísima persona, bondadoso y repleto de generosidad y que ama Teruel y sus paisajes como pocos. Les invito a todos a acercarse a su literatura y así aproximarse a él. Sin duda que ese viaje será grato, hará que todos sean más felices. Hará que su vida sea mucho mejor.