Me gustan las palabras, me gusta vivir alrededor de ellas y pensarlas. Me gusta darle vueltas a los nombres de las cosas y a cómo adquirimos la capacidad de hablar y de escribir. Me gusta la sensación extraordinaria del nacimiento de una idea y de cómo poco a poco toma forma dibujando su contorno con conceptos y sueños posibles. Tengo la certeza de que todo lo que sé, que no es mucho, se debe a mi herencia. A lo que he aprendido desde mi primer día de colegio, de lo que me han enseñado cada uno de los profesores que han pasado por mi vida –y he tenido unos cuantos extraordinarios-.
También soy lo que me han transmitido mis padres y lo que he visto en casa –trabajo, autoexigencia y tesón especialmente-. Soy un poco también parte de todas las personas que he conocido, de aquellas que han pasado de forma más o menos intensa por mi vida y de todos a los que he leído –y son unos cuantos-.
Esa herencia junto a la experiencia adquirida es mi bagaje. La experiencia depende simplemente del inexorable paso del tiempo y de todo lo vivido en él. Esta puede ser profesional o personal, y todo ello salpicado por ese duro aprendizaje sentimental y emocional que nos trae siempre de cabeza y nos lleva casi inevitablemente a un diván desde el que tratar de entender mejor quiénes somos y qué y a quién queremos.
Obviamente el bagaje crece también con la suma de conocimientos y experiencias adquiridas en el tiempo. No soy más listo ahora pero sí poseo mucho más de todo eso.
Por el camino no solo aprendemos y tomamos cosas, también hacemos desaparecer una buena cantidad de ellas. También olvidamos datos, lecturas, etc., y perdemos el contacto con personas que han pasado por nuestras vidas. Soltamos lastre casi sin darnos cuenta, de forma automática y muchas veces inconsciente. Dejamos caer conocimientos, experiencias y a aquellos que ya no nos sirven –algunos lo hacen mucho más rápido y creen que con ello se salvan pero quizá así se condenan-.
Ahora que hablo en clase a mis alumnos del origen de las palabras, de cómo estas se organizan y de cómo llevamos nuestra lengua allende los mares –invasión, conquista y expansión mediante- no puedo evitar estos pensamientos. Quiero decir que, en realidad, son solo una buena excusa para acordarme de aquellos que desde mi Teruel me enseñaron tanto y tan bien: Concordia en mi primer colegio, Chema -aquel brillante profesor de Matemáticas y ciencias ya desaparecido hace unos cuantos años- en mi segundo centro; de Armonía, Luis, Jesús, Aurora, Ernesto, Wally –entre otros-, y mi querido Juan Villalba en el instituto. De los profesores que insistían en la importancia de la música en el conservatorio: Cristina, Raquel, Toña, Ivana y el Padre Muneta –claro-. Mis profesores de idiomas en la escuela oficial –Jesusa- y en academias –Selma, especialmente- y de aquellos que pasaban las tardes enseñándonos a amar el deporte –Isidoro, Javier, Pepe, Valentín…-. Todo lo que soy es herencia de lo que ellos me transmitieron, esa es la base de mi bagaje que configuré después en la facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza.
Pienso en todos ellos y pienso en los que han hecho tanto por todos nosotros. Pienso en lo que todavía tienen que enseñar y en la experiencia que tienen. Veo a mis padres y creo que ellos también tienen mucho que decir, como aquellos que han sido profesionales destacados en nuestra provincia y en el tesoro que representan para todos nosotros y para nuestro futuro. Me gustaría escucharles más a todos ellos, me gustaría que así lo entendieran aquellos que tienen –temporalmente- el poder de decidir pornosotros. Quizá estaría bien darles la opción a los que atesoran tanta experiencia y conocimientos, solo si así lo desearan ellos, de formar parte de la toma de las decisiones importantes, de esas cuestiones fundamentales que nos implican a todos.
Pienso en las palabras y en mis libros y pienso en ellos. No quiero que nadie los arroje por la borda. A veces, mientras paseo entre tinieblas, siento que yo tengo poco que aportar. A veces siento que apenas importamos. A veces creo que somos un lastre soltado a toda velocidad en medio de la nada antes de que todo se hunda.