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El placer del viaje El placer del viaje
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El placer del viaje

Nacho Escuín
Me gusta leer diarios. Creo que me gusta todo eso de las escrituras del yo. Me gusta eso de la escritura íntima y autobiográfica. He disfrutado de grandes diarios personales reales y de ficción. Acaso son lo mismo. Los diarios son de alguna manera siempre libros de viaje. Los personajes o un yo que se equipara con el autor viajan siempre a algún lugar o dentro de sí mismos. Pessoa, Pla, Azúa, García Martín, Trapiello… hay dos aragoneses que lo hacen especialmente bien: Julio José Ordovás y Cristina Grande.

El primero es uno de los narradores más interesantes de la actual edad de oro de las letras aragonesas. Es listo, brillante, sagaz, valiente… lo vemos en sus columnas, en sus novelas y en sus diarios o lo que quiera que sea eso que hace pasar por diario.

Cristina Grande acaba de publicar Diario del asombro (Libros del gato negro) y refuerza bien esa idea de entender los diarios como cuadernos de bitácora o memorias de viaje. Se trata de una autora a la que adoro por sus relatos de  La novia parapente o Dirección noche (ambas en Xordica) y a la que se le da también de maravilla la novela, como demostró en su premiada Naturaleza infiel.

Me gustan los libros que son difíciles de clasificar, como las Crónicas de Colón. Ese diario o libro de aventuras o cuaderno de bitácora donde los descubrimientos y la fascinación por lo visto y lo aprendido están todo el tiempo presente. Me gustan los libros extraordinarios como On the road de Kerouac, Ultima salida para Brooklyn de Hubert Selby Jr., o el delirante Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer de David Foster Wallace. Hay un aragonés que escribe sobre sus viajes con elegancia y mimo, Fernando Sanmartín -sus Apuntes de París (Xordica) me acompañan siempre y no dejo de recomendarlo-.

Hay libros de poesía que también son diarios o libros de viaje, como los archiconocidos Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez, Poeta en Nueva York de Federico García Lorca o el Cuaderno de Nueva York de José Hierro. He estado participando en un curso de verano sobre la ficción, la autobiografía y lo que ahora llamamos autoficción en Alcázar de San Juan de la mano de una talentosa profesora y fantástica escritora llamada Rosa Navarro, y hemos discutido y reflexionado un poco sobre ello.

El curso ha sido una delicia, y para aquellos que aún no lo hayan leído tienen ante sí, como diría Ítalo Calvino, la oportunidad única de hacerlo por primera vez, el libro de relatos de Rosa Navarro titulado Niña con monstruo dentro (Bala perdida).

Con él ganó el prestigiosos Premio Tigre Juan y ha generado muchísima expectación ante la novela que publicará en el mismo sello el próximo curso.

De alguna manera, toda biografía es un viaje, toda historia que habla de la vida real o inventada de un individuo lo es, del mismo modo que algunos términos tan marcados como “exilio” se muestran ahora también como la posibilidad de un viaje físico o interior para alejarse de algo o de alguien.

A todos nos gusta viajar, no conozco a casi nadie que rechace un buen viaje. Quizá solo un buen amigo, Antonio Ansón, que también es un escritor afilado, habla abiertamente de lo molestos que le resultan los viajes.

Este verano no voy a viajar mucho, al menos no más allá de las vacaciones que ya he disfrutado con mis padres mientras seguía enganchado a mi portátil y a las correcciones, las presentaciones de mi libro o los compromisos académicos o de la Plataforma de Poetas por Teruel por la provincia.

 Serán viajes a partir de aquello que lea los que voy a realizar. Viviré los escenarios y paisajes reales e imaginarios y crearé los míos a partir de eso. Creo que es mi manera favorita de viajar, quizá también de vivir.