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Distinta configuración Distinta configuración

Distinta configuración

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Juan Vicente Yago

Esta vez no es el salto generacional de siempre, sino una configuración cerebral distinta, una estructura neuronal diferente, un ser humano muy otro del que ha durado milenios. Es, quizá, el primer cambio drástico de la especie, su primera transformación radical en cuando a parámetros perceptivos: lo que solía inspirar paz y sosiego es hoy fuente de angustia y pesadilla; o lo que ha inspirado paz y sosiego al ser humano hasta las penúltimas generaciones ahora lo cansa, desnivela y aturde. Han invertido sus efectos algunos factores que anteayer operaban con regularidad consuetudinaria. El silencio, por ejemplo, que fue relajante y centrador, se ha vuelto enervador y desquiciante. Pero no es el silencio lo que ha cambiado, sino el ser humano, las nuevas generaciones, que no lo reciben igual, como no recibe igual el mismo alimento un estómago con las tolerancias alteradas.

A los que, muchas o -bondad singular de la genética- pocas, peinamos canas, nos cuesta entenderlo, no concebimos que los más jóvenes obtengan sosiego del atronamiento auricular, de llevar en los oídos un guirigay permanente, de no concederse una pausa, un silencio, un respiro, de no permitir al cerebro un minuto de holganza. Sin embargo es fundamental que nos pongamos en su lugar, que miremos el asunto desde su punto de vista, el punto de vista del encéfalo que se ha formado en el estridor y el atropellamiento, en el paroxismo y en el cambio vertiginoso. Porque no es cuestión de moda, sino de fisiología: los instantes no duran lo mismo para ellos, y el silencio les transmite un vacío perturbador. No están, por tanto, en los mismos parámetros, con lo que surcando la misma realidad viven otra muy distinta. Les altera lo que a nosotros nos tranquiliza, y les tranquiliza lo que a nosotros nos altera. No pueden fijar su atención más de cuatro minutos, y no por falta de costumbre, ni por desidia, ni por mala educación, como nos indica la lógica de nuestro intelecto que ya no guarda ninguna semejanza con el suyo. Ha sido una evolución. A peor, si se quiere, pero evolución a fin de cuentas. O a mejor: su mundo no tiene ya nada que ver con el nuestro, aunque seguimos aquí de cuerpo presente y asombrado; y ellos están en sintonía con su mundo, se adaptan a él con la elasticidad que nosotros hemos perdido.

Así que no les recalquemos el enunciado porque a la segunda palabra no estarán ya escuchando; porque habrán pasado a la siguiente pantalla; porque preguntarán una cosa y en lo que tardamos en tomar aire se habrán ido a otra. No es un entorno alentador para nosotros, desde luego, pero es el suyo y debemos explorarlo, transitarlo en busca de posibles conexiones. Porque nos dirán que han leído y será verdad que lo habrán intentado por consideración a nosotros, pero no lo habrán conseguido porque sencillamente no pueden; porque no se trata de gusto ni de obediencia sino de configuración. Les quedan muy a desmano los conceptos de clase, de curso, de notas, de constancia y atención, de proceso y espera. Su mundo comparte con el nuestro el espacio pero no el tiempo, de modo que la intersección se reduce y no caben los viejos procedimientos. No podemos instruir mentes configuradas en el siglo XXI con técnicas pergeñadas por cerebros del XX. Urge descubrir una empatía intelectual, inventar una docencia de nuevo cuño. Casi empezar de cero. Atención, proceso y espera son elementos consustanciales al aprendizaje, y el reto es una pedagogía nueva, personalizada, revolucionaria en la que sigan teniendo cabida.