![Dejar Twitter](/uploads/diariodeteruel/contenidos/74445_twitter.jpg)
![Dejar Twitter](/uploads/diariodeteruel/contenidos/m_74445_twitter.jpg})
Ya pueden llamarlo X, Y o Z, que siempre será Twitter. Como ya puede interpretar papeles Martin Freeman, que seguirá siendo para todos, para siempre y para gloria y prez de la cinematografía el más fidedigno y maravilloso Bilbo Bolsón de todos los tiempos.
El caso es que una ministra de lo que gobierna el Españolón ha dejado Twitter porque su dueño —el de Twitter— ha salido en esta red social haciendo un gesto parecido al saludo nazi, aunque lo llamativo del asunto no está en el aspaviento ministerial sino en que alguien, habiendo soportado impasible durante años las mil animaladas que se publican a diario en la plataforma de Musk, la repudie ahora por culpa de un gesto presunto. Es una reacción curiosa y reveladora. Chocante. Participar sin reparo ninguno en una red social que alberga un caleidoscopio infinito de necedades -en una red que, como todas las demás, ha venido a ser un circo teratológico, un depósito de feísmos intelectuales y morales, una galería de idioteces y delirios- pero escenificar una incompatibilidad radical, un rechazo irrevocable con motivo de una contrariedad ideológica. Como si hubiese alguna red social que no fuese cubil de tontos, bazar de ridiculeces y museo de chifladuras.
Quiere decirse que la ministra de marras, mucho antes del gesto cuestionable o dudoso de Musk, se daría cuenta -un suponer- de que Twitter/X, como toda red social, es un ágora sin coto en que los desnivelados del mundo vierten sus inquinas y llevan al extremo sus miserias intelectuales.
Es el monotema de quienes trabajan o intentan trabajar con la sociedad en ciernes que son los jóvenes: que las grandes corporaciones digitales ofrecen conexión gratuita pero la sirven a través de un orbe paralelo, de una existencia irreal y capciosa que aleja de lo bello y de lo bueno -a todo el mundo pero en especial a los jóvenes- a base de simplificación y falacia, de distorsión y atavismo.
¿Por qué guardan silencio las instituciones, plataformas y platabandas feministas ante las letras y las coreografías, denigrantísimas, del reggaeton? ¿Por qué no se alarma nadie cuando niños, adultos y ancianos pasan el puñetero día ojipláticos, alienados, absolutamente pasmados con las pantallas?
Está muy bien que una ministra, personaje público, abandone una red social cuyo propietario hace un gesto cuando menos parecido al de los nazis; pero estaría mejor que la hubiese abandonado cuando vio que se utilizaba como sustitutivo del debate político, cuando comprendió que favorecía el envilecimiento del diálogo y cuando, además, observó allí las contorsiones y los bramidos de los ciudadanos que dice representar.
Miles de profesores disimulan y no acaban de aceptarlo, pero ya casi no pueden hacer su trabajo porque hay un desfase demasiado abrupto entre la realidad intelectual y el ritmo vital que adquirieron durante su formación y los que las redes sociales y el audiovisualismo han provocado en los jóvenes.
He aquí un motivo más importante para dejar una red social -para dejarlas todas- que la supuesta similitud entre un gesto de mitin y un gesto nazi. En cuanto se desprenden las veladuras de la primera fascinación, se disipa el espejismo del contacto permanente y pierde fuerza, de puro saturada, la curiosidad morbosa, queda totalmente a la vista el terrorífico aspecto de las redes sociales, las macabras intenciones que acechan tras ellas y el abismo infernal por cuyo borde camina, dando traspiés, una inmensa multitud. Es el momento ideal para dejarlas. El único en que se tienen suficientes fuerzas. Luego viene la recaída, el hundimiento definitivo, la sumisión irreversible de la que no se sale ni con el respingo de un escandalazo.