Impactos de agosto: un hotel de Benicássim es solo para adultos, no admite menores de edad. Lo que indignó a quien lo vio es que ese mismo hotel sí admite a mascotas.
Un amigo estuvo tomándose un café en ese hotel y había un remanso de paz, salvo por los ladridos de dos perros que no paraban de ladrar: la tranquilidad se rompió y la impotencia de los dueños para tener callados a los perros se hizo patente, de modo que el entorno se transformó en una perrera, para sorpresa de todos, preguntándose si caminaban a dos o tres patas. Llamaron la atención al servicio y la sensación resultó muy desagradable.
Hay hoteles only adults en toda España, también en la provincia de Teruel. He preferido no indagar si alguno turolense admite mascotas pero no menores de edad.
En estos últimos días, he estado en un restaurante en el que había un letrero: “No se admiten mascotas”. En una terraza-bar he estado tomando un refresco y, en un espacio de unos 25 metros cuadrados, había tres perros con dueño distinto, y molestaban.
Ante estos hechos, se puede pensar que estamos en una sociedad plural y que, en principio, no está mal que haya diferentes opciones: restaurantes que no admiten mascotas y otros que sí. Pero optar por mascotas y rechazar niños me preocupa.
En España hay 9,3 millones de perros y 6,6 millones de niños menores de 14 años. España registró en 2023 la cifra más baja de natalidad desde 1944. Ya dijo el actor alemán Heinz Rühmann: “Se puede vivir sin perro pero no merece la pena”. España tiene 30 millones de mascotas censadas, 6 millones de gatos, igual que menores de 14 años. Ahora perros y mascotas en general son muy apreciados, y los niños cada vez menos: basta ver la ínfima natalidad, y los 100.00 abortos anuales.
Un atleta olímpico colombiano, Jhancarlos González, afirmó hace unos días que, tras su eliminación deportiva, deseaba regresar a casa para estar con su madre y con su perro: me llamó la atención la casi equiparación madre-perro.
El hotel de Benicàssim presenta sus “valores”, entre los que figura que no admite menores. Afirma en su web que, para el hotel, las mascotas “son un huésped más”, que admite perros y gatos de hasta 5 kilos con un coste adicional por noche y limitándose a una mascota por habitación.
Hay quienes piensan que limitar el acceso a los menores a los hoteles va contra los derechos fundamentales y del artículo 15 de la Constitución. Otros defienden el derecho de admisión.
Me temo que el amor a los niños se está volcando en las mascotas, sustituyéndolo. Como si asistiéramos a una “humanización” de las mascotas. Algunos lo afirman. La calle y las conversaciones arrojan luces, hasta el punto de ver a dueños de perros hablando con el can como si fuera una persona… y no hablo solo de un caso.
Me gusta ir caminando por las ciudades, siempre que la distancia sea asumible. Unas cuantas veces me he dado un buen susto al girar la esquina y ladrarme un perro, o en medio de la calle, pidiéndome perdón la dueña o el dueño. Esos sustos urbanos –y no hablo de los que he tenido en zonas rurales paseando o haciendo footing- que proporcionan los perros no los ocasionan los niños, también es cierto que porque hay menos niños que perros. Tal vez llegue un día que haya parques que no se admitan perros: desde luego, nos encontramos en el césped cacas de perros, pero no de niños.
Me resultan curiosas estas contradicciones: se permite abortar a una niña menor de edad, y no puede estar en un hotel only adults. Es una incongruencia. Los niños son una bendición, vida y alegría. Ahora no se tienen hijos o se dejan a los abuelos para ir unos días a un hotel only adults: molesta un niño pero no un perro. Algo está fallando.
Un amigo estuvo tomándose un café en ese hotel y había un remanso de paz, salvo por los ladridos de dos perros que no paraban de ladrar: la tranquilidad se rompió y la impotencia de los dueños para tener callados a los perros se hizo patente, de modo que el entorno se transformó en una perrera, para sorpresa de todos, preguntándose si caminaban a dos o tres patas. Llamaron la atención al servicio y la sensación resultó muy desagradable.
Hay hoteles only adults en toda España, también en la provincia de Teruel. He preferido no indagar si alguno turolense admite mascotas pero no menores de edad.
En estos últimos días, he estado en un restaurante en el que había un letrero: “No se admiten mascotas”. En una terraza-bar he estado tomando un refresco y, en un espacio de unos 25 metros cuadrados, había tres perros con dueño distinto, y molestaban.
Ante estos hechos, se puede pensar que estamos en una sociedad plural y que, en principio, no está mal que haya diferentes opciones: restaurantes que no admiten mascotas y otros que sí. Pero optar por mascotas y rechazar niños me preocupa.
En España hay 9,3 millones de perros y 6,6 millones de niños menores de 14 años. España registró en 2023 la cifra más baja de natalidad desde 1944. Ya dijo el actor alemán Heinz Rühmann: “Se puede vivir sin perro pero no merece la pena”. España tiene 30 millones de mascotas censadas, 6 millones de gatos, igual que menores de 14 años. Ahora perros y mascotas en general son muy apreciados, y los niños cada vez menos: basta ver la ínfima natalidad, y los 100.00 abortos anuales.
Un atleta olímpico colombiano, Jhancarlos González, afirmó hace unos días que, tras su eliminación deportiva, deseaba regresar a casa para estar con su madre y con su perro: me llamó la atención la casi equiparación madre-perro.
El hotel de Benicàssim presenta sus “valores”, entre los que figura que no admite menores. Afirma en su web que, para el hotel, las mascotas “son un huésped más”, que admite perros y gatos de hasta 5 kilos con un coste adicional por noche y limitándose a una mascota por habitación.
Hay quienes piensan que limitar el acceso a los menores a los hoteles va contra los derechos fundamentales y del artículo 15 de la Constitución. Otros defienden el derecho de admisión.
Me temo que el amor a los niños se está volcando en las mascotas, sustituyéndolo. Como si asistiéramos a una “humanización” de las mascotas. Algunos lo afirman. La calle y las conversaciones arrojan luces, hasta el punto de ver a dueños de perros hablando con el can como si fuera una persona… y no hablo solo de un caso.
Me gusta ir caminando por las ciudades, siempre que la distancia sea asumible. Unas cuantas veces me he dado un buen susto al girar la esquina y ladrarme un perro, o en medio de la calle, pidiéndome perdón la dueña o el dueño. Esos sustos urbanos –y no hablo de los que he tenido en zonas rurales paseando o haciendo footing- que proporcionan los perros no los ocasionan los niños, también es cierto que porque hay menos niños que perros. Tal vez llegue un día que haya parques que no se admitan perros: desde luego, nos encontramos en el césped cacas de perros, pero no de niños.
Me resultan curiosas estas contradicciones: se permite abortar a una niña menor de edad, y no puede estar en un hotel only adults. Es una incongruencia. Los niños son una bendición, vida y alegría. Ahora no se tienen hijos o se dejan a los abuelos para ir unos días a un hotel only adults: molesta un niño pero no un perro. Algo está fallando.