Asumir la realidad es el comienzo de los avances. La provincia de Teruel tiene mucha gente envejecida, sola, a veces aislada en pequeños municipios o pedanías. Con 14.809 kilómetros cuadrados y 135.046 habitantes -una cuarta parte en Teruel capital- no hay que elucubrar sobre las necesidades y deficiencias: las sabemos.
El papel lo aguanta todo, suele decirse, y a la hora de escribir estas líneas lo estoy recordando. Lamentarse continuamente no es la solución para una provincia muy necesitada, aunque si escuchamos a la aragonesa Pilar Alegría, ministra y portavoz del Gobierno, puede que nos pida prestar dinero sin interés a Cataluña.
Necesitamos mejorar las comunicaciones, la sanidad, la educación. Corremos el riesgo de esperar todo de los organismos municipales, comarcales, provinciales, autonómicos o estatales, amparándonos en que para eso pagamos impuestos.
Compararnos con los turolenses de otras épocas puede servir o no, pues las variables son muchas. Basta pensar cuántas residencias de ancianos había hace 50 años, y cuántas hay ahora: hay 35 residencias. El presente tiene su historia, y es bueno recordarla.
Tengo viva la imagen de cómo cuidábamos en casa a una abuela o un abuelo: no había ninguna residencia en Calamocha -ahora hay dos- y mi madre, como la gran mayoría de las mujeres, tenían como trabajo el hogar, lo cual ahora suena casi raro, aunque es de admirar las mujeres que ahora optan por el trabajo en el hogar, que es digno, muy digno, y en absoluto humilla, aunque algún sector feminista se empeñe en inculcar lo contrario. No había ancianos solos, no se concebía.
En los últimos días, dos matrimonios me han expresado la convicción de que sus hijos no les cuidarán cuando sean ancianos, y cuentan con ir a una residencia. Es cierto que tienen dinero para pagársela -que no es algo que todos pueden-, pero me ha llamado la atención: “mis hijos no nos cuidarán”. Lo dejo para la reflexión personal: algo chirría.
En Aragón más de 73.000 personas mayores de 65 años viven solas, de ellas 44.400 mujeres. Atendiendo al dato de personas mayores de 65 años en Aragón, es sabido que la provincia de Teruel es la que tiene mayor porcentaje, un 24% de la población.
Son cifras que van en aumento por la caída de natalidad, el alargamiento de la esperanza de vida, y porque los más jóvenes emigran por estudios o trabajo. Por eso es preciso activar la urgencia de actividades de voluntariado, no encerrarnos en nuestra torre de marfil, tejer una red eficaz de voluntariado.
La Diputación Provincial de Teruel ha decidido arrimar el hombro en el Programa de voluntariado Acompañando-T, de la Federación Local y Provincial de Asociaciones Vecinales y Culturales de Teruel San Fernando (FAVCT), que ayuda a las personas solas. La ayuda económica, 50.000 euros en 2024, permitirá extender esa labor en toda la provincia, y el objetivo es claro: aumentar el número de voluntarios.
Nuestra sociedad tiene necesidad de más voluntarios, en ámbitos muy diversos como la alimentación, la ropa, la educación digital o la enseñanza del español a inmigrantes. Tal vez con el desarrollo ha aumentado el egoísmo en nuestra sociedad.
En mi opinión, por justicia y por la realidad de la provincia, urgen más voluntarios para ayudar a ancianos, y es la prioridad máxima. Han dado su vida y nos necesitan. Ayudarles en su domicilio -a veces, a la vecina de al lado, acompañando a comprar o a ir al médico- o visitando a un anciano sin visitas en una residencia. Conozco bastantes casos de ese voluntariado silencioso, eficaz y prioritario, sin aplausos y sin fotos.
Hay voluntarios que van a África para tareas de voluntariado, que me parecen necesarias, que tal vez han de preguntarse si ejercen como voluntarios durante el año, con un vecino, con un abuelo: el bien no hace ruido y el ruido no hace bien. Necesitamos voluntarios cercanos, constantes, cuidando en primer lugar a su familia y las familias cercanas. Y así saldrán más voluntarios para África.