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Javier Arnal

Voy a relatar una catástrofe de enormes dimensiones. Lo hago gracias a fuentes de información fiables en varios países sudamericanos, que me han enviado imágenes y repercusiones de los incendios forestales que están asolando la selva amazónica en Brasil. No es tarea fácil por el más que sospechoso silencio atronador que existe, pero es de esas noticias que dignifican y dan sentido a la profesión periodística.

Recuerdo una conversación con Juanjo Francisco, hace poco más de un año, en la avenida Sagunto, junto a la sede de Diario de Teruel. Un breve descanso en su jornada laboral de quien entonces era subdirector, había sido director, y ahora está jubilado, colaborando en este periódico. Afirmó que nuestra profesión tenía un futuro muy negro, y yo le contesté irónicamente que no podía ser mucho más negro que el presente.

Me viene a la memoria este diálogo distendido entre dos periodistas turolenses al comprobar las limitaciones de nuestro trabajo, resultado de muchos factores que impiden informar con precisión y, por tanto, opinar con los datos elementales.

En mi opinión, el periodismo tiene un presente y un futuro que depende, en gran medida, del prestigio profesional de los periodistas, si nos atrevemos a acometer nuestro trabajo con valentía. Sabemos que una noticia suele ser algo que molesta casi siempre a alguien. Sabemos que la desinformación es difundir noticias falsas, pero también ocultar noticias verdaderas. Hemos de tener fuentes de información independientes: es clave.

Recabar la información que ahora facilito me ha supuesto un notable esfuerzo, pero vale la pena. Los más de 10.000 incendios forestales en Brasil estos días son apenas conocidos en España, en Europa.

Cuando en Brasil gobernaba Bolsonaro, mundialmente se atribuían los incendios forestales a la corrupción. Ahora, con Lula da Silva como presidente, que es de izquierdas, hay más incendios que nunca, y lo que se dice es que se debe a la sequía y al calor. Nubes tóxicas han llegado a Río de Janeiro y Sao Paulo, con casi dos semanas sin ver el sol, y también a Uruguay, en concreto a Montevideo. Nubes que están haciendo enfermar a la población con problemas de garganta y de respiración.

Desde luego, en Brasil ha habido incendios forestales otros años, en los 3,5 millones de kilómetros cuadrados de selva, pero no con la extensión de estas semanas de agosto y septiembre. El doble de incendios que el año pasado.

Con una gran polución, con los cielos teñidos de rojo -“nos ha parecido apocalíptico”, me dicen - la OMS no dice nada, los ecologistas están callados, y es precisa una explicación que no sea demagógica. Al menos yo no quiero contribuir al silencio cómplice. TVE acusó de todo a Bolsonaro: ahora, con Lula, guarda silencio.

Cientos de comunidades indígenas en peligro. Varios detenidos por provocar estos incendios. El Gobierno de Brasil ha reconocido que tiene la “fuerte sospecha” de que esta ola de incendios es fruto de una acción criminal orquestada. Es de esperar que, de la sospecha, pase a la investigación, la información y las detenciones correspondientes.