Me pregunto cómo hubiera escrito el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez su famosa novela ahora, con la dana, al ver la Albufera de Valencia destrozada, y no como la describe en su famosa novela Cañas y barro (1902). Y las características actuales de los valencianos y su entorno trágico. Seguro que el título sería distinto.
Este escritor, periodista y político republicano tenía una gran fluidez y agilidad para escribir y para la oratoria. Enardecía en sus mítines y conferencias. Ganó mucho dinero por sus actividades periodísticas, literarias y giras de conferencias por diversos países.
Brillante y triunfador, también entonces era sinónimo de granjearse muchas envidias, como ahora y siempre. En él predominaba la acción. Conectó con el pueblo valenciano, su cierta exaltación emocional que explica, en parte, el simplismo anticlerical y el valencianismo grosero que laten en su obra.
Llevaba sangre aragonesa en sus venas: sus padres eran aragoneses; él nació en Valencia. Algo influyeron las raíces aragonesas en su vida y en su obra: el realismo, la constancia y la claridad de sus ideas, sin ambages ni rodeos. Nunca se escondió, se le conocía a fondo: defensor de los derechos humanos, reflejo de la miseria en Valencia y grandes diferencias sociales, anticlerical, masón, republicano a ultranza.
Fundó y dirigió un periódico, El Pueblo, se implicó en una revista, España con honra, y en una editorial, Prometeo. Encarcelado varias veces, exiliado, luchador. Hay que situarse en la historia que le tocó vivir. Trasladándonos a la actual, sería interesante ver su actitud y analizar sus posturas, porque tal vez nos sorprendería.
Su postura antimonárquica, por ejemplo. Felipe VI se ha ganado el respeto de casi todos, por su equilibrio, valentía y cercanía en la dana: aplaudido en el funeral del lunes en la catedral de Valencia. La agenda de viajes y decisiones que está tomando el Rey transmiten distanciamiento de Pedro Sánchez y criterio propio. No es de los de “salir corriendo”, como se comprobó en Paiporta con los vecinos. Blasco Ibáñez podría ser ahora de esos que dicen: “soy republicano, pero ahora le viene bien a España la monarquía”, ante los ¡vivas! al Rey y los abucheos al Gobierno y a Mazón.
Otro ejemplo: el anticlericalismo de Blasco Ibáñez ante la ola de religiosidad y devoción del pueblo tras la dana. Hay rabia contra las instituciones, pero conmueven los múltiples testimonios religiosos de petición de oraciones, la imagen peregrina de la Virgen de los Desamparados en los pueblos devastados, las familias implorando a Dios.
Mucho tiene que ver en esa “extraña” paz la Virgen de los Desamparados y el Santo Cáliz, que están en Valencia, me comentaba un amigo: la dana, un gran dolor transformado en megáfono para un mundo sordo. ¿Cómo trataría Blasco Ibáñez este fenómeno religioso actual ante una tragedia?
Blasco Ibáñez se volcaría en elogiar la generosidad y el sacrificio de los voluntarios, sobre todo los jóvenes, subrayando el fracaso y la lentitud de las instituciones.
Él seguiría insistiendo en la cercanía de los políticos: criticó las poltronas y el distanciamiento del pueblo; ahora, probablemente sería el periodista más valiente en arremeter contra los que nos gobiernan. No me lo imagino contemporizando con lo políticamente correcto. Tampoco descarto que ahora optara por el exilio.
Pocas dudas ofrece que a Blasco Ibáñez no le habría caído nada bien un teniente general como Gan Pampols como vicepresidente, fruto de la incapacidad o desprestigio de los políticos. Pero pensando en la eficacia para el pueblo, podría haber sorpresa.
Siento curiosidad por adivinar cómo trataría el fracaso de las instituciones y la descoordinación en un país desarrollado como lo es España ahora, con millones de funcionarios y empleados públicos. Blasco Ibáñez sería muy duro. A la vez, no tendría reparos en alabar la generosidad de empresarios como Juan Roig o Amancio Ortega.