Me despierto con un reel de Instagram en el que me avisan de los tres lugares más masificados turísticamente en Japón. Me siento aliviada al pensar que este año (tampoco) Japón está entre mi menú de vacaciones (uf, dicen que hace muchísimo calor en verano, de pasta ni hablamos) y porque en el pueblo (piscina aparte) poca masificación espero (lo del calor, ya veremos, que ni el fresco nocturno está garantizado).
Y es que, claro, “la gente” lo invade todo. Sales a la calle en cualquier ciudad española (la cosa se extiende) y te encuentras con guiris con Google maps buscando un restaurante cargado de buenas reseñas en su idioma autóctono o comprobando que la ruta les ha llevado, efectivamente, a la plaza del Torico (“sí, el Torico es así de pequeño, has llegado a tu destino”, te dan ganas de decir).
Te sientas en una terraza y oyes toda clase de palabras ajenas a tu entendimiento (efectivamente, tu nivel medio de inglés no te da para más) y para acabar de estropear el marco incomparable del que pretendías disfrutar, la vecina te cuenta que el piso de Pepa es ahora piso turístico, que se está forrando, pero que su hijo no tiene dónde meterse porque los alquileres están intocables.
Bailando permanentemente entre dos aguas (lo que nos ha dinamizado el turismo y lo que nos quita) somos tan hipócritas como para hablar siempre de “gente” sin incluirnos. Porque somos los primeros en quejarnos de lo imposible de una instantánea siquiera rozando la Fontana di Trevi porque está a tope de turistas a toda hora sin darnos cuenta de que formamos parte de esa masa crítica de gente que se desplaza masivamente y que destroza el vivir cotidiano de ciudadanos de todo el mundo mientras le da de comer a una gran industria mundial.
Antitético y a veces insoportable. Así que, llegados a este punto, he de confesar que yo soy esa que le va a estropear su foto romántica en la Torre Eiffel cuando pasen los Juegos. O que no le va a permitir un plano en solitario en la escalinata de la Piazza España. O que saldrá por detrás de la fuente del Torico justo cuando su pareja haga clic. Al final, todos somos “gente”.