La noche que recuerdas como momentos felices de la infancia, con todos los primos correteando, volviendo locas a las tías mientras la abuela sonreía a escondidas, complacida y agradeciendo la vida, mientras refunfuñaba en público por el escándalo que provocabais y del que seguro se acordarían los vecinos, esa noche de ruidos, brindis, turrón y risas, ya no está.
Cuando ya te tocaba ser el padre o la tía de los niños ruidosos pasaste a ese punto privilegiado de la vida en el que, a pesar de tener el papel de ‘refunfuñante’, compartías mantel y sobremesa con tus padres y tus hijos. Un maravilloso sándwich en el que te sentías tan protegido como rebasado por las mil obligaciones que te venían de ascendientes y descendientes.
Iban creciendo los unos mientras envejecían los otros. Y tú. Lejos de aquel niño que jugaba al Monopoly, al escondite, a los disfraces o al parchís en la Nochebuena, te descubres en gestos, reacciones y arrugas como tu padre, como tu madre.
Y todo va bien, todo es llevadero, hasta preparar la cena para muchos, mientras no hay sillas vacías. Dicen que el primer año es el peor, pero lo cierto es que sigues contando mal las sillas más de una Nochebuena. O vas a hacer esa llamada sin destino cuando estás lejos de casa. Y recuerdas que no hay nadie al otro lado. Y te invade la tristeza.
Porque hasta ahora era nostalgia de las risas y ahora ya es llanto por los que no volverán. Llevas días viendo en la tele y en las calles todos los preparativos para la Navidad. Luces, regalos, comidas, reencuentros… Y no eres inmune a todo ello, te dejas arrastrar por esa oleada en rojo y verde hasta que llega es momento de sacar las sillas, de hacer la llamada, de comprar el regalo… Y constatas que no está.
El nudo en la garganta y las lágrimas aflorando en tus ojos duran lo justo para que lo perciba en un momento tu hijo o tu pareja. Enseguida te repones, sacas de nuevo tu mejor cara, intentas disfrutar de lo que aún tienes y de lo que vendrá. Y pasa la noche, pasa el día de Navidad y, cuando vuelve el silencio, sólo puedes pensar en que ya pasó. Y en que la vida, para los que estamos, sigue.