Leía el martes que se había acabado el mes de prueba. Creo que significaba algo así como que enero, y con él el comienzo del año, era como un periodo de garantía y que ahora venía 2022 de verdad. Llegados a este punto y contando con las bajas expectativas con las que empezamos después del chafón de 2021 solo cabe interpretar que estamos en otro año, aunque lo esencial haya cambiado bien poco: seguimos con pandemia y somos igual de necios (o más) que en prepandemia. O sea, este año, va en serio. No admite cambios ni devoluciones.
Siempre caemos en la misma trampa y, como decía el poeta, “que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde”. Cuando ya está el año avanzado, a punto para olvidar el paso de la cada vez más escueta primavera, nos percatamos de que no hay periodo de prueba que valga, ni propósitos de principio de año a esas alturas ya de sobras incumplidos. Desde el primer instante tras las campanadas todo es año.
Y así nos metemos en dinámicas parlamentarias (que sus señorías ya han tenido a bien volver al tajo -ya sé que es su calendario, pero telita-) que nos van a llevar (o no) a aprobar la reforma laboral por San Blas y a no quitarnos la mascarilla en la calle (cómo me fascina ver que se mete en la misma votación la mascarilla con la paga para los pensionistas).
Y mira que soy obediente y cuidadosa. Pero después de haberme pasado prácticamente las dos primeras semanas del año bajo el influjo de Oritrón hasta me hacía ilusión pasear sin mascarilla (aunque ya solo me falta caer en la ómicron sigilosa…). Tal vez ese obligado paréntesis ha provocado que hasta hace dos días (literal) siguiera preguntando cómo había ido el cambio de año. O sea, que he llevado a la práctica lo del mes sin compromiso y ahora me encuentro de sopetón con el segundo mes más frío y quizás el más feo.
Y me parece poco serio que no quiten las mascarillas en exteriores, que la incidencia supere los 2.500, que Londres o Helsinki levanten todas las restricciones y que aquí sigamos negociando la reforma laboral intercambiando quién sabe qué cromos. Por no hablar de Ucrania o Eurovisión. Si esto es ir en serio, me quedo con la prueba. Al menos, alarga el día.