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No tengan prejuicios. Las pelis de tarde tienen datos de audiencia magníficos en la sobremesa del fin de semana. Es cierto que son un magnífico inductor del sueño y que acompañan maravillosamente durante la reparadora siesta. ¿Y mientras no dormimos? Las vemos. Hay subgéneros, aunque las dos grandes familias serían románticas y psicópatas de medio pelo. Y de las románticas quiero hablar. No voy a ahondar en las que se avecinan sin remisión (Acción de Gracias y Navidad, material estadounidense) y que nos prometen tardes de catarsis sin parangón.
Pero, trascendiendo a la temporalidad y al calendario, hay otras que se han hecho hueco entre las de guapa ejecutiva treintañera neoyorquina que viaja a su pueblo y allí se encuentra (o reencuentra) con el amor verdadero más allá de la gran ciudad y del éxito profesional (debe ser el método mediático estadounidense para luchar contra la despoblación del medio rural). Esas otras son europeas (alemanas y suecas, con algunas diferencias entre ellas) y sus guiones o vienen de la Corín Tellado británica (Rosamunde Pilcher) y se desarrollan en Cornualles (las películas alemanas raramente transcurren en Alemania) o en destinos exóticos o en Suecia, donde siempre es verano y hace sol. Escenario aparte, conozco gentes de toda condición que se dejan atrapar por sus historias con poca historia y por sus pobres guiones (ojo, me incluyo), sabiendo que nunca van a estar al frente de una obra maestra del séptimo arte.
¿Y por qué? Pues porque, como pasa ahora con algunas marcas de moda y belleza, se arman alrededor de personajes más reales. No son mujeres perfectas menores de 40. Ni galanes musculosos que no necesitan de un viaje a Turquía. Hay señoras y señores de toda edad con profesiones normales o que poco importan a la trama. Con sus arrugas, sus canas, su michelín y todas las imperfecciones que podemos ver cada mañana en cualquiera de nuestros espejos. Son, en definitiva, la constatación de que en la vida siguen sucediendo cosas en toda su duración y que el cartel de “Fin” no se coloca pasados los 30. El sol también sale en otoño y lo que ilumina puede ser tan (o más) interesante que lo que ocurre cuando somos jóvenes. ¿No les parece? El sábado, a las 4, en sus pantallas.