Síguenos
Sigue esa estrella Sigue esa estrella

Sigue esa estrella

banner click 236 banner 236
Raquel Fuertes

A pesar de que siempre tuve a mi alcance demasiada información y que me codeaba con pajes y otros ayudantes de los Reyes con demasiada cercanía desde temprana edad, lo cierto es que siempre que llegaba la noche de Reyes me preocupaba de que los accesos al balcón de mi segundo piso estuviesen despejados de modo que la operación no fuese complicada para los señores de Oriente que en aquel relato nos contaban año tras año que nos iban a traer regalos.

También es cierto que el exceso de información favorecía que fuese consciente de las limitaciones y creo que no me faltarían dedos en las manos para contar todas las muñecas que tuve. Incluso aquel abrigo marrón de paño (de auténtica señora) para la Nancy (única en mi casa) que me compraron para mi cumple soportó muchas temporadas porque aún no existía Zara ni el concepto de ropa de usar y tirar con el que nos movemos hoy.

Estos días, paseando por el centro de cualquier ciudad, veo a miles de ayudantes de los Reyes, yo incluida, cargados de paquetes hasta los ojos y pienso en esos niños que por la mañana abrirán paquetes y paquetes, descontándose, sin llegar a saber cuántos ni qué ni por qué.

Sí, es una mañana de ilusión, de alegrías y tal vez pequeñas decepciones ante la interpretación errónea de algunas líneas de las extensas cartas. Pero muchos de esos paquetes, tal vez por exceso, nunca se convertirán en muñecas con nombre propio, en camiones con un cometido estratégico camino de una obra imaginaria o en libros que proporcionen horas de ilusión.

Y es que esto se trata: de ilusión. De seguir esa estrella, de soñar con lo que nos puede hacer felices y alegrarnos al darnos cuenta de que alguien que nos quiere y nos conoce ha pensado en nosotros y se ha esforzado en dibujarnos una sonrisa. Ahora es momento de pensar qué y cuánto es lo necesario y suficiente para que esa sonrisa perdure en el tiempo. Que ese regalo no pase inmediatamente al cajón del olvido sino que viva en el rincón de los objetos con alma que cada día construyen nuestras sonrisas, recuerdos e historias. Válido para cualquier edad. Y es que, en el fondo, nunca dejaremos de ser niños.