Me acuerdo perfectamente. El mercadillo del barrio era los viernes. Mi madre venía a recogernos al colegio y antes de comer tocaba la vuelta al ‘mercadete’, lo llamábamos así para distinguirlo de otro más grande. Allí estaba la corsetería de referencia con aquella mujer de negra coleta que sabía vender como nadie. “¡Vamos, nenas, que estoy que lo regalo!”. Una profesional que te miraba y sabía de golpe talla, copa y necesidades de sujeción (lectoras, sabéis de lo que hablo).
Allá que íbamos cada temporada a renovar la imprescindible faja. Una pieza sin la que ninguna mujer salía a la calle en los 70-80. La verdad es que, como objeto, eran realmente feas. Pero la resistencia, durabilidad y poder de sujeción eran igualmente incuestionables. Calidad total.
Mi generación se rebeló contra aquellas apreturas y pasamos adolescencia, juventud y primera madurez sin pasar por las manos de aquella morena de ojo clínico que cada vez veía envejecer más a su clientela. Hoy siguen esos puestos en los mercadillos, claro que sí. Pero los horarios son incompatibles con el trabajo de jornada completa y ya es todo un lujo pasarse a ver esas novedades que nunca sabré de dónde sacan y que, a la vez, nos han sacado de muchos apuros lenceros.
Después de años de negación de la faja, sin embargo, ha vuelto al primer plano. Todo innovación, oiga. Si antes las de cuerpo entero eran excepción hoy puede encontrar de arriba abajo, de abajo a arriba y en tantos fragmentos como precise. Eso sí, ahora no hablamos de fajas de cuerpo sino que lo encontramos en tiendas con etiquetas que hablan de shape control. Para los que peleamos en la vida con nuestro inglés nivel medio sólo nos queda ver que siguen siendo piezas feas y de gran elasticidad para darnos cuenta de que estamos en la sección adecuada y que ahí encontraremos la faja de toda la vida remozada tras un proceso de I+D+i. Vivan los eufemismos y el no llamar a las cosas por su nombre. Pero si ya se ha levantado la veda de lo políticamente correcto, ¿por qué no se atreven en los mítines de última hora a hablar del ventilador de mierda en el que todos pensamos cuando se empecinan en machacar con la repipi máquina del fango?
Allá que íbamos cada temporada a renovar la imprescindible faja. Una pieza sin la que ninguna mujer salía a la calle en los 70-80. La verdad es que, como objeto, eran realmente feas. Pero la resistencia, durabilidad y poder de sujeción eran igualmente incuestionables. Calidad total.
Mi generación se rebeló contra aquellas apreturas y pasamos adolescencia, juventud y primera madurez sin pasar por las manos de aquella morena de ojo clínico que cada vez veía envejecer más a su clientela. Hoy siguen esos puestos en los mercadillos, claro que sí. Pero los horarios son incompatibles con el trabajo de jornada completa y ya es todo un lujo pasarse a ver esas novedades que nunca sabré de dónde sacan y que, a la vez, nos han sacado de muchos apuros lenceros.
Después de años de negación de la faja, sin embargo, ha vuelto al primer plano. Todo innovación, oiga. Si antes las de cuerpo entero eran excepción hoy puede encontrar de arriba abajo, de abajo a arriba y en tantos fragmentos como precise. Eso sí, ahora no hablamos de fajas de cuerpo sino que lo encontramos en tiendas con etiquetas que hablan de shape control. Para los que peleamos en la vida con nuestro inglés nivel medio sólo nos queda ver que siguen siendo piezas feas y de gran elasticidad para darnos cuenta de que estamos en la sección adecuada y que ahí encontraremos la faja de toda la vida remozada tras un proceso de I+D+i. Vivan los eufemismos y el no llamar a las cosas por su nombre. Pero si ya se ha levantado la veda de lo políticamente correcto, ¿por qué no se atreven en los mítines de última hora a hablar del ventilador de mierda en el que todos pensamos cuando se empecinan en machacar con la repipi máquina del fango?