Me inicié en el arte de las reuniones muy joven. Alrededor de los veinte ya participaba en reuniones interminables en las que me tocaba (cómo no) poner los cafés y fumar pasivamente cartones y cartones ajenos de tabaco rubio americano. Me di cuenta ya entonces de que el fragmento útil (hablando de negocios) podían ser apenas unos minutos mientras que la reunión podía alargarse durante horas. ¿Horas perdidas? Pues no. En esas otras conversaciones paralelas al tema central es en las que discurre el conocer al otro, generar esa relación con la que luego llegar a acuerdos será mucho más fácil porque se genera un vínculo.
En pandemia se popularizaron las herramientas del terror tipo Skype, Teams y demás (ojo, muy útiles cuando la distancia es la única opción). Su uso entonces significó la más absoluta asepsia, distanciamiento y enfriamiento de las reuniones. Reuniones eficaces, dirán los gurús de la gestión del tiempo. Si eficaz es sinónimo de corto, sin duda. Porque meterse en un meet y contar los minutos para que acabe es todo uno. Pero si la reunión es entre desconocidos es que además de breve suele resultar francamente incómoda.
Yo intento tirar de simpatía para romper el hielo y no son pocas las veces que he chocado con el rey (o la reina) de la noche. ¡Qué gelidez, por Dios! Por no hablar de las reuniones en serie en la que alguien no sale de su discurso preparado. No te escucha porque no le interesa. Acabo de mantener una reunión de estas y una de las personas ni se ha molestado en saludar. Tenía tan pocas ganas de estar ahí como yo y no ha intentado disimularlo.
Así que si colegas extranjeros les dicen que nos enrollamos mucho en las reuniones y que somos unos pesados contesten que, mientras sean a la hora y no fastidien a nadie en su conciliación personal, una reunión bien llevada puede ser el origen de una fructífera relación de negocios que hará más fácil su vida laboral, mejorará sus relaciones personales y generará negocio de forma más sincera, sencilla y natural. Porque, en el fondo de todo esto hay algo esencial y que sólo se cultiva con la interrelación personal: la confianza.
En pandemia se popularizaron las herramientas del terror tipo Skype, Teams y demás (ojo, muy útiles cuando la distancia es la única opción). Su uso entonces significó la más absoluta asepsia, distanciamiento y enfriamiento de las reuniones. Reuniones eficaces, dirán los gurús de la gestión del tiempo. Si eficaz es sinónimo de corto, sin duda. Porque meterse en un meet y contar los minutos para que acabe es todo uno. Pero si la reunión es entre desconocidos es que además de breve suele resultar francamente incómoda.
Yo intento tirar de simpatía para romper el hielo y no son pocas las veces que he chocado con el rey (o la reina) de la noche. ¡Qué gelidez, por Dios! Por no hablar de las reuniones en serie en la que alguien no sale de su discurso preparado. No te escucha porque no le interesa. Acabo de mantener una reunión de estas y una de las personas ni se ha molestado en saludar. Tenía tan pocas ganas de estar ahí como yo y no ha intentado disimularlo.
Así que si colegas extranjeros les dicen que nos enrollamos mucho en las reuniones y que somos unos pesados contesten que, mientras sean a la hora y no fastidien a nadie en su conciliación personal, una reunión bien llevada puede ser el origen de una fructífera relación de negocios que hará más fácil su vida laboral, mejorará sus relaciones personales y generará negocio de forma más sincera, sencilla y natural. Porque, en el fondo de todo esto hay algo esencial y que sólo se cultiva con la interrelación personal: la confianza.