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Resaca Resaca
EFE/Fernando Villar

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Raquel Fuertes

Ya pasó. Al final los chavales a los que no conocía casi nadie (por lo visto no era la única) hicieron lo que habían ido a hacer y volvieron con un triunfo incontestable. Sin estrellas de relumbrón superventas en camisetas esta selección ha sido lo que nunca debió de dejar de ser el fútbol: un deporte de equipo en el que la suma vale más que las partes.

Y por unos días hasta nos funcionó como país. De cuartos hacia adelante se podía decir que ibas con España, que eras español o sacar la bandera sin que nadie tachara de facha al otro. Un sueño en los tiempos que corren.

Que, además, los dos chavales que mejor personificaban la ilusión, las ganas de jugar y el creer que todo es posible fueran de un color de piel distinto al blanco y tan españoles como el resto alejó los fantasmas del racismo en una sociedad que acababa de ver cómo el partido que mejor representa la xenofobia se pegaba un tiro en el pie y perdía sus puestos de poder e influencia por no bajarse del burro en qué hacer con los menores no acompañados.

En fin, que parecía que el fútbol volvía a unir espíritus de color diverso y nos convertía en una nación de gentes de bien y de todos a una como antes de la crispación (sí, hubo un antes). Las imágenes del triunfo, con unos jugadores que lo merecieron todo como grupo y que jugaron con generosidad y garra, con un rey que salía del encorsetamiento de Zarzuela para convertirse en español emocionado y con una afición entregada en Berlín y en las calles de toda (toda) España eran el preludio de la vuelta a las mismas profundidades de siempre.

Una perfecta borrachera de triunfo, deportividad, buen juego. Con cifras que ningún equipo europeo logró en la historia. Con la valentía y saber hacer de muchachos (y algunos veteranos curtidos) que miraron sin miedo a las estrellas… Hasta que llegó la hora de capitalizar la victoria.

Y llegó la resaca. Esa que se hace más dura así como avanzan los años. Y nos encontramos con las mismas ganas de politizarlo todo que nos han llevado a esta desazón de país. Como diría mi padre, qué poco dura la alegría en la casa del pobre.