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Que hablen de mí Que hablen de mí

Que hablen de mí

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Raquel Fuertes

“Aunque sea bien”. Esto decía algún genio (unos se lo atribuyen a Dalí; otros, a Wilde) que ya clamaba sobre esa necesidad de algunos tipos de personalidad de sentirse el centro de las miradas y conversaciones ajenas. De hecho, para algunos solo hay algo peor que el que hablen de uno: que no hablen. Y es que algunos miden su peso por el peso de sus enemigos.

Un egocentrismo que convierte a algunas personas en auténticos yonkis de titulares, tertulias, portadas y tuits mientras que otros saldríamos huyendo en polvorosa buscando esa cobarde zona de confort que proporcionan el anonimato y la discreción. Desde luego, para convertirse en el objetivo de críticas y miradas hay que valer, no se puede ser débil de carácter o sensible en exceso porque la sobreexposición generará de todo y, con lo que nos gusta vomitar bilis, el que hablen bien de uno será más bien difícil. Así que sí: hay que tener tragaderas para estar en el candelero.

El famoseo de raza lo sabe. Y en más de una ocasión han forzado conversaciones a su alrededor que en poco o en nada les favorecían pero que les evitaba lo más doloroso e insoportable: caer en el olvido. Antes la muerte que el segundo plano. A fin de cuentas, de eso viven los famosos: de la fama. Esto se pervirtió hasta tal punto que los programas de cotilleo dejaron de hablar de otros para convertir en protagonistas a los propios contertulios. Tal es el dulce veneno que conllevan las portadas que ninguno quería pasar por este mundo sin probarlo. Aunque rara vez se salga indemne.

Y, así, en una sociedad en la que el postureo gana a las esencias y a lo trascendente nos encontramos con una generación (bueno, en realidad son de varias generaciones) de políticos que parece que lo único que quieren es ocupar espacio en medios convencionales o digitales para que no lo ocupe el rival. Que solo se les vea a ellos. Aun a costa del ridículo. Solo así se explican (quiero pensar) el “1984” de Feijoo o la imagen que evidenciaba la ausencia de sujetador en el outfit de Belarra esta misma semana. Y es que en esto no distinguimos sexo o creencias: todos podemos caer en el patetismo por un momento de (infame) gloria.