Humanamente, lo que más me ha impactado de la carta es el “profundamente enamorado”. Una declaración pública de amor en un documento tan inesperado, inédito y de tanto alcance como esa carta seguro que ha servido de consuelo, al menos en parte, a Begoña en estos días difíciles. Se ha jugado con fuego durante años. Nos han llevado al frentismo, a la crispación, a la polarización, al escrache como cotidianeidad, sin que pareciera que hubiese fin hasta que alguien ha encontrado una línea roja en una forma que, como tiende a ser Pedro Sánchez en momentos límite, ha sorprendido a todos.
Una carta escrita desde las tripas. Tal vez matizada (mal) por los asesores, pero me creo que fue vomitada en primera persona entre el dolor y la impotencia. Siempre me han sorprendido las estrategias que bordeaban lo imposible de Pedro Sánchez y que le llevaron a recuperar la secretaría del partido, echar a Rajoy o hacerse de nuevo con la presidencia cuando parecía un cadáver político.
Para algunos, un semidiós, por sus cualidades casi sobrenaturales, y para otros una especie de robocop, por su frialdad implacable. Hoy el hombre ha derrotado al dios o al robot y la faceta humana ha dicho “hasta aquí”. Los más desconfiados verán de nuevo esa mente de estratega, apelarán a su necesidad de sentirse el amado líder rodeado y a su puerta abierta hacia Europa. Otros verán a un hombre a punto de estallar (el miércoles él solo se metió en el charco de la justicia antes de salir como iracunda alma en pena del hemiciclo). Una visibilización de ese “¡basta ya!” normal en la vida ordinaria pero que no estaba guionizado para el personaje de presidente del Gobierno.
No sé cómo irá este limbo. No sé cuánta insistencia habrá sobre esa sentencia que pasea por las mentes de todo de que la mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo, y no sé cuánto de caballerosidad encontraremos. Por el momento apuesto por la no dimisión, y me quedo con que quien brega en turbulentas aguas de corrupción, independentismo o amnistía puede derrumbarse por amor. Y eso, si no es farsa, es profundamente emocionante.
Una carta escrita desde las tripas. Tal vez matizada (mal) por los asesores, pero me creo que fue vomitada en primera persona entre el dolor y la impotencia. Siempre me han sorprendido las estrategias que bordeaban lo imposible de Pedro Sánchez y que le llevaron a recuperar la secretaría del partido, echar a Rajoy o hacerse de nuevo con la presidencia cuando parecía un cadáver político.
Para algunos, un semidiós, por sus cualidades casi sobrenaturales, y para otros una especie de robocop, por su frialdad implacable. Hoy el hombre ha derrotado al dios o al robot y la faceta humana ha dicho “hasta aquí”. Los más desconfiados verán de nuevo esa mente de estratega, apelarán a su necesidad de sentirse el amado líder rodeado y a su puerta abierta hacia Europa. Otros verán a un hombre a punto de estallar (el miércoles él solo se metió en el charco de la justicia antes de salir como iracunda alma en pena del hemiciclo). Una visibilización de ese “¡basta ya!” normal en la vida ordinaria pero que no estaba guionizado para el personaje de presidente del Gobierno.
No sé cómo irá este limbo. No sé cuánta insistencia habrá sobre esa sentencia que pasea por las mentes de todo de que la mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo, y no sé cuánto de caballerosidad encontraremos. Por el momento apuesto por la no dimisión, y me quedo con que quien brega en turbulentas aguas de corrupción, independentismo o amnistía puede derrumbarse por amor. Y eso, si no es farsa, es profundamente emocionante.