Cuántas veces el silencio es la mejor respuesta, la música más melódica, la compañía más grata… Sin embargo, sólo la confianza, el conocimiento mutuo y el respeto consiguen que los silencios no sean incómodos ni suenen a vacío. Con la democratización de la palabra masiva a través de ese vocero aparentemente incontrolado que son las redes sociales se consigue que todo el mundo exprese su opinión. Incluso cuando no está fundamentada, nadie se la ha pedido o sólo sirva para empozoñar y dañar. Por no callar.
Justo esta semana en la que se daba visibilidad al cáncer seguí a trompicones y sin sistemática alguna, siguiendo el ritmo de las redes, el mensaje del actor Sergio Peris-Mencheta en el que comunicaba que tiene cáncer.
Por desgracia cada vez el círculo se estrecha más. Dos de mis mejores amigas han sido diagnosticadas con cáncer en el último año. Una lo lleva mejor y vive más preocupada por otros asuntos, pero otra justo está pasando lo peor del tratamiento y me parte el alma sólo oírle el agotamiento y pensar que no puedo hacer nada más que mandarle mensajes de cariño y estar lista por si me necesita. A la primera oleada de mensajes de ánimo y apoyo al actor le debió seguir la ya habitual ristra de censura de los seres de moral superior que se mostraban absolutamente indignados porque el actor había iniciado su tratamiento en EEUU, donde reside a timpo parcial, en lugar de en la sanidad pública española.
En medio de tan cruel diagnóstico tuvo que salir no sólo a contarlo sino, en medio de un tratamiento agravado con un cólico, a defenderse en medio del dolor y el miedo y explicar que por circunstancias no le dio tiempo a venir a España. ¿Esto es real?
Peris-Mencheta ha quedado expuesto no sólo a la enfermedad (que no conoce de fama o clase social) sino a la sentencia popular de seres que de todo hacen consigna y bandera, excepto de la compasión y la empatía. ¿No podemos dejar de juzgar con nuestro filtro de jueces infalibles a través del prisma de nuestra moral ni siquiera cuando el otro combate con la muerte? No dudamos en convertirnos en enemigo por imponer nuestras consignas. Incluso en medio del dolor ajeno.