Le voy dando vueltas al tema Kate Middleton y llego siempre a un punto de no retorno. No entiendo cómo se puede crear semejante crisis de comunicación en una institución que tiene el 99% de su razón de ser en su papel de representación. O sea, la monarquía sin comunicación pierde totalmente su razón de ser.
Incluso en crisis reputacionales profundas (divorcio de Diana, delitos del príncipe Andrés, infidelidades varias) la presencia de los miembros de la realeza en los medios era continua y los británicos seguían cada desliz con más atención que los eventos diseñados para la exposición y lucimiento. Ese “estar” en los medios alimentaba la ficción de que los miembros de la realeza son como parientes lejanos de los que sabes más cuanto más truculento o triste es su devenir.
No entiendo pues cómo en el caso de la persona más valorada de esa institución han optado por una estrategia que a la larga suele dar siempre mal resultado: el silencio. Me dirán que sí, que hay veces que es mejor callar (por ejemplo, cuando lo que hay que desmentir es, por acercar el caso a nuestra monarquía, las acusaciones del excuñado a la reina), pero, excepto en esas ocasiones de atacantes sin crédito y de rumores infundados que no merecen más que indiferencia, cuando algo pasa, es mejor hablar y tener la comunicación por el mango.
El no hablar da pábulo a tantas especulaciones que acaban volviendo a sacar a la luz rumores que ya languidecían en la sociedad británica (la aristocrática y juguetona amante de William) o creando teorías conspiranoicas que, de seguir así, acabarán afirmando que un humanoide dotado de IA de última generación sustituye a Kate después de que la princesa fuera abducida por un OVNI en la misa de Navidad. No descarten.
Al margen de esta estrategia, sin duda errónea (tal vez queriendo defender a toda costa la intimidad personal de la princesa, algo muy loable), lo que más me llama la atención de todo esto es la poca faena que tiene la gente (ojo, soy “gente”) para dedicar tanto tiempo a algo que, en realidad, nos importa un pimiento.
Mientras, ahí afuera, la amnistía, Koldo, el novio y Alves, entre otros, van haciendo marcha. O dejando el país hecho unos zorros, como gusten.