No sé si los carteles ministeriales tienen fecha de entrada en vigor, periodos transitorios o carácter retroactivo. De hecho, intuyo que normativamente no tienen efectos. Pero, por las dudas, pido perdón por mi pasado y espero estar exenta de juicio público y penitencia de aquí en adelante tras publicarse la campaña del ministerio de Igualdad “El verano también es nuestro”.
Pido perdón por las veces que, sin visto bueno de la autoridad competente y sin preaviso, llegué a la temporada de playa sin haber alcanzado los objetivos marcados para la operación bikini (si es que alguna vez llegué en condiciones). También me disculpo si a alguien le ha podido ofender que mi depilación no estuviese en estado de revista y que haya dañado su vista la visión del vello rebelde.
Ahora que pienso, tampoco sé si por edad puedo permitirme bikini o si debía doblegarme al menos revelador bañador de una pieza.
Soy un mar de dudas después de haber pasado años en la orilla tan ricamente a pesar de no entrar en el canon 90-60-90 y no llevar hecha la pedicura. La verdad es que no lo pasé tan mal y creía que de eso se trataba el verano: libertad y hacer lo que me viniera en gana, sin ofender ni molestar a nadie, por supuesto. Y me imagino que, como yo, muchas mujeres (el cartel no es de aplicación para los hombres y otros géneros así que yo de ustedes iría revisando si tienen pecados que purgar por si no les llega la bula ‘cartelaria’).
Pero, por lo visto, debieron acumularse quejas de bañistas hacia las señoras de cualquier edad que exponían sus cuerpos al sol sin importarles celulitis, pechos caídos, cicatrices o lorzas. Menos mal que, desde este año, ya no.
Voy a avisar a mis amigas. A esta edad casi todas combinamos varios de los estigmas citados. Amigas: tenemos “derecho a disfrutar de la vida”. Y es que, por lo visto, antes nuestros cuerpos no eran “válidos” y eso nos hacía sentir “culpa y vergüenza” (Irene Montero dixit). Si desde ahora el verano es nuestro, lo de antes quién sabe qué fue. Por lo visto, pura represión.