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No era un mena No era un mena
EFE/Chema Moya

No era un mena

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Raquel Fuertes

Media España enmudeció ante la muerte de un niño de 11 años apuñalado en el polideportivo de su pueblo mientras jugaba al fútbol. Muchos de los que andamos estos días disfrutando de los pueblos en los que están nuestras raíces nos vimos inmediatamente identificados con la pérdida de esos padres ante el dolor de un adiós tan temprano como trágico e inexplicable.

Por supuesto, la cosa no quedó ahí. La crispación en la que nuestros políticos han conseguido sumirnos no descansa ni en vacaciones y enseguida pasamos al ataque en redes. El homicida (no sé hasta qué punto hubo premeditación con lo que ya se sabe hoy) tenía que ser marroquí, subsahariano, de origen turco… cualquier cosa que no sonara a español de pura cepa se extendió por las redes alentado por la circunstancia de que en el pueblo hay un hotel que aloja a alguno de los menores no acompañados (menas) de los que llegan a cientos cada día a nuestras costas.

Todo encajaba para alimentar el discurso del odio. X se llenó de teorías conspiranoicas azuzadas por la cruel realidad de que estos chicos llegan aquí y nadie sabe qué hacer con ellos ni cuál es la solución correcta. Porque, no sé si alguien se ha parado a pensar más allá de sus intereses partidarios, estamos hablando de niños solos, desprotegidos. Y sí, algunos acaban delinquiendo porque se dan todas las circunstancias negativas posibles. Igual que pasa con jóvenes de ocho apellidos españoles que desvían su camino.

De ahí a acusarles de cualquier delito va un trecho. Pero no quiero hablar aquí de que al final no fue un mena sino del otro problema que ha quedado al descubierto y del que nuestra sociedad también prefiere desentenderse: la salud mental.

Parece ser que el joven que se ha declarado culpable del horrible suceso es una persona con problemas mentales. Esquizofrenia he oído, pero desconozco el diagnóstico real. Una discapacidad superior al 60% y una sociedad que no sabe qué hacer con sus renglones torcidos… Obviando que en cualquier momento podemos ser cualquiera.

La protección de la salud mental no da votos. Pero mientras no seamos capaces de atender debidamente a las personas con problemas psicológicos no seremos una sociedad íntegra, justa y humana.