Cierras los ojos. Hueles a pan caliente. Aquel pan que bajabas a comprar antes del amanecer para prepárate el almuerzo de la hora del patio. El pequeño placer de ese momento de media mañana bien valía la excursión de madrugada aderezada por aquel olor que hoy recuerdas intenso y vívido.
Oyes campanas. Dan la hora como cuando tenías que regresar a casa a medianoche en aquellos veranos infinitos. Los de ciudad no podían salir solos. Menos aún de noche. Tú, en cambio, jugabas en la calle y vivías tus primeras aventuras hasta que aquellas campanadas te devolvían a casa. Sobre todo para poder volver a salir al día siguiente. No te la ibas a jugar llegando tarde.
Saboreas unas gachas. Aquellas que preparaban tus tías en la matanza. Días de frío serrano en el que toda la familia, en su concepto más amplio, se reunía desde primera hora para trabajar duro. Desde el momento de la muerte del protagonista hasta que se freían las tajadas y se preparaban esas gachas que recuerdas en tu paladar con total nitidez. Un sabor que te devuelve a esas tardes amasando y embutiendo, fregando y riendo todos a una en una perfecta cadena en la que alguien siempre sabía qué tenías que hacer a pesar de tu torpeza. Acaricias una mano. Y piensas en el camino que has recorrido. Ese tacto te retrotrae a los mejores momentos de un recorrido que, por suerte, se va alargando y llenando de momentos y vivencias. Buenos y malos. Llenos de esa vida que sigue luchando por no ser insulsa. Solo dos manos. No hace falta nada más para crear esa conexión que te hace sentir que posees el mundo.
Abres los ojos.
Quizás el pan ya no sea como el de antes. Pero en verdad tampoco te comes un bocadillo cada mañana. Las campanas que suenan no son las de la iglesia del pueblo sino unas de las pocas que aún dan la hora en la ciudad donde ahora vives. Pero aún quedan relojes que dan la hora. Te cuesta Dios y ayuda que tu padre haga unas gachas, “Aquí no salen igual”. Pero si insistes, las hará. Y esa mano, esa mano sigue ahí, conectándote con lo que fue y con lo que será. Con lo que es. Porque, aunque todo sea diferente, en esencia, nada ha cambiado. Feliz 2022.