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La última La última
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Raquel Fuertes

Las que crecimos con el Super Pop y el más procaz Nuevo Vale sacralizamos el significado de las primeras veces. Imagino que no se podía pasar de una moral nacional católica a una total liberación afectivosexual sin pasar esas extrañas transiciones.

El tiempo, sin embargo, nos enseña que la primera vez de las cosas puede ser algo fortuito, causal o casual y que solo algunas veces se parece a lo que calificamos como destino. Que lo verdaderamente importante no es ser el primero sino el último. El pasado se puede borrar, el futuro aún no es y el presente es lo único que realmente existe.

Y en ese tiempo presente muy pocas veces tenemos la conciencia de estar viviendo una experiencia por última vez, perdiendo así la oportunidad de saborearla y grabarla con todo detalle para archivarla en la categoría de recuerdo imborrable.

Pasa, sobre todo, con lo rutinario, lo que damos por supuesto. Un ejemplo trivial. Desayunar cada mañana en un bar del barrio leyendo el periódico en perfecta soledad. Una manera estupenda de arrancar el día que se volatilizó de repente con el confinamiento: no calle, no bares, no periódico. Y miedo. Si aquel día hubiéramos sabido que iba a ser el último de esa rutina probablemente la hubiéramos saboreado de otra manera.

Esta mañana de jueves será la última, con mucha probabilidad, en la que saldré de casa a primera hora con mi hija. Ella camino del autobús para ir al instituto; yo, a mi oficina. Apenas 500 metros y cinco minutos compartidos cada día en los que nos hemos ido conociendo y comprendiendo mejor, también en días malos y regulares, y que pasarán a nuestra historia de momentos guardados. Al menos a la mía.

Ahora que ella cambia de etapa y de rutinas, estoy a punto de perder ese ratico, de disfrutarlo por última vez y me doy cuenta de lo importante que ha sido para las dos. Ojalá tengamos oportunidad de volver a recorrer otros caminos juntas y sepamos valorar su importancia cuando sean presente.