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La mitad La mitad
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Raquel Fuertes
Dicen las estadísticas que no había pasado hasta ahora. La mitad de los jóvenes españoles se ha planteado el suicidio. Nunca una generación anterior había dado esta respuesta. Nunca el plantearse el final de la vida como solución a los problemas había sido una ideación tan recurrente. Afortunadamente muchas de esas negras fantasías no se convierten siquiera en tentativa. Pero es ya la principal causa de muerte en jóvenes de entre 12 y 29 años. ¿No les acaba de recorrer la espalda un escalofrío? A mí, sí.

El momento literariamente más bello de la vida (el otro día leía que eran los 20 años) se ha convertido en una amarga travesía para muchos jóvenes que no encuentran solución a sus conflictos y a sus fracasos. Que no pueden superar el dolor y que, como a ellos les gusta decir, no encuentran herramientas para gestionar sus problemas y frustraciones. ¿Sobreprotección? ¿Incapacidad de hacer frente a las hostilidades del mundo real cuando la vida se la hemos limitado en muchas ocasiones a lo que viven en el mundo online combinado con un mundo en el que siempre han encontrado el colchón de unos padres que no les dejaban resolver el problema por sí solos? ¿Dificultad para conseguir la independencia en un contexto de precariedad laboral? ¿Falta de humanidad entre compañeros que acosan sin medir las consecuencias?...

Cualquiera de estas preguntas no es más que una simplificación de la realidad que perciben como insuperable las más de diez personas que se suicidan cada día. Incapaces de seguir la doble máxima de que si un problema tiene solución de qué te preocupas y de que si no la tienes de qué te preocupas, la vida se plantea como una lucha llena de obstáculos insalvables en la que la única salida entre la ofuscación y la desesperación es quitarse de en medio. Desaparecer para siempre. Morir y con ello dejar atrás todos los problemas. No les gusta a mis compañeras más jóvenes que hablemos de generación de cristal. Quizás sería más oportuno hablar de un mundo hostil en el que todos vamos siendo cada vez más frágiles. Quizás sea la hora de replantearnos cómo volver a sentirnos fuertes y capaces de encontrar soluciones cuando la vida nos da la espalda. De sentir que vale la pena seguir, aunque a veces duela.