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La locura La locura
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Raquel Fuertes

Me casé hace más de 30 años. Con una mano delante y otra detrás, pero con toda la ilusión del mundo. Eran los 90 y se podían hacer locuras así, incluso en medio de la peor crisis de paro juvenil. Como nosotros, fueron muchos los que se lanzaron al vacío con contratos de seis meses y un saldo en cuenta corriente equivalente a los regalos de los invitados al enlace.

Pasaron los años y nos fuimos comprando coches, casas y hasta tuvimos hijos. Vamos, que de la locura de un compromiso de amor y futuro salían historias de vida reales de crecimiento y progreso desde el punto de vista social.

Hoy, con hijos que ya deben andar con el sueño de emanciparse no puedo dejar de ver lo que cualquier ciudadano sin filiación política remunerada: es una locura plantear siquiera un escenario viable en el que cualquier joven pueda marcharse de la casa de sus progenitores para emprender nuevo rumbo en solitario o en pareja. Como única alternativa, la habitación en piso compartido.

Y es que eso que siempre pasaba en otros continentes, otros países, otras ciudades, otros pueblos, está llegando a todos nuestros barrios. Cierto es que hay jóvenes que dan nombre a la generación de cristal (¿acaso no los hubo en todas las épocas?), pero hay otros muchos (más) que quieren, que lo intentan, que hacen lo imposible… pero que no lo consiguen. No pueden optar a la experiencia única de lidiar con presupuesto doméstico, lavadora, cocina, limpieza… y libertad.

Porque como en casa no se está en ningún sitio, pero cuando uno llega a un determinado punto de madurez necesita saber que la familia está ahí para lo que necesite, pero no necesariamente para compartir el mismo espacio hasta la eternidad.

Pero claro, es mucho más entretenido hablar de la fuga de Puigdemont, del último exabrupto del portavoz de turno o de los másteres de la Sra. Gómez que de los problemas reales de la gente. Es mucho mejor dedicarse a despotricar, insultar y vilipendiar que llegar a acuerdos justos y solidarios que permitan elaborar unos nuevos presupuestos. Y gestionar.

Es mejor barrer siempre para mi casa que plantearme (de verdad) el problema de la vivienda queriendo alcanzar soluciones intergeneracionales que no dejen a nadie, literalmente en la calle. En fin, una locura.