Después de dos años preparando un examen de acceso de nombre impronunciable, lo conseguiste: llegaste a la universidad hace casi tres meses. Y becada.
No fue fácil. Nota en mano había que elegir entre carreras que antes no sabías ni que existían y que, por supuesto, no sabías para qué te iban a preparar. La oferta es tan amplia y a la vez tan parecida y tan dispar que te sentiste perdida a la hora de preparar esa lista de opciones en la que, tal vez por primera vez, miraste de frente a la vida adulta.
Atrás quedaron dos años en los que, a pesar de las tensiones de la dichosa prueba, aún pudiste disfrutar de los amigos de siempre, esos de quienes creías que nunca ibas a ser capaz de separarte. La realidad es que, entre tanta carrera, acabaste el verano en una facultad que te obligaba a vivir lejos de ellos… y también fuera de casa.
Lo de las becas sale en los informativos legislatura sí, legislatura también. Da igual el color del que gobierne o del que haga oposición: es una de las arengas que utilizan para mover a las masas de votantes… tal vez sin tener muy en cuenta que detrás hay chavales como tú, Eva, que realmente necesitan de esa ayuda para poder continuar con los estudios que han elegido.
Si te hubieras podido quedar en casa todo habría sido más fácil, pero el alquiler, los gastos del piso y comprar la comida te hacen ir pelada el día 15 de cada mes. No quieres decir nada en casa para que no se preocupen, pero ya conoces el significado de no llegar a fin de mes.
Desconoces qué ministro de qué partido aprobó la beca que te han concedido, pero lo que sí sabes es que aún no te la han ingresado y los apuros que estás pasando haciendo malabares con lo que te van dando desde casa.
Y hay chavales que andan peor que tú, que en vez de centrarse en aprender han de estar más pendientes de cómo sobrevivir a base de macarrones con tomate mientras esperan una ayuda que, aunque concedida, no llega. Y es que a veces recetar paciencia no es remedio cuando la espera se vive en precario.