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Raquel Fuertes

Llevamos unos meses en mi casa en los que parece que nos estemos preparando para las fuerzas especiales: no nos detienen el frío ni el calor. Después de pasar un verano achicharrados (sospecho el aire acondicionado aprovechaba mi ausencia para reivindicarse) y mientras capeamos el invierno redescubriendo la ropa térmica y el doble calcetín me doy cuenta de que lo que yo creía que era un éxito en la implementación de la estrategia de ahorro eléctrico (pagando incluso menos que en temporadas anteriores) no ha sido más que un engañoso bluf con fecha de fin.

El 19 de febrero pasaré a pagar el doble por mi consumo eléctrico. Sin paños calientes y después de pasarme fines de semana atada a la colada, resulta que todo era en vano puesto que aún no me habían aplicado la subida de la que ¿todos? hablan.

Y con ese 100% de más grabado a fuego en la carta que preside mi salón, ante la estupefacción que me provoca saber que si antes pagaba 107 ahora voy a pagar 215 y con la certeza de que la cosa no tiene remedio si no acabo llamando a esas compañías alternativas a las que llevo meses colgando el teléfono con poca elegancia, con todo eso, ¿qué me queda?

Indignarme. Mucho. Sobre todo cuando veo cómo (todos) nos distraen con juegos malabares con otros temas que, siendo importantes, no nos afectan a todos y cada uno como es el consumo energético. Puedo decidir comprar o no comprar cierta prenda de ropa, hacer un viaje o quedarme en casa y sí, hasta poner lavadoras solo en domingo. Pero el uso de la electricidad es imprescindible en nuestra vida actual a todas las escalas y a diario (no quiero ni mencionar lo que supone en las empresas).

Sin embargo, aquí estamos, tapaditos con la manta, con la calefacción al mínimo intentando dilucidar (al margen de la cuestión de fondo de la reforma) si es más incompetente el que valida tres veces el voto que no debía o la que da por bueno un resultado que merece una revisión. O comentando que han echado a Rivera por no dar palo al agua. O sufriendo con Casado y sus “¡Viva el vino!”. Tanto da. Nos entretienen para que no nos demos cuenta de que, en realidad, no son capaces de dar soluciones para lo que de verdad nos importa.