Amanece tras una noche en blanco. Una de tantas. Resulta curioso que a los días interminables les sucedan noches que juegan con lo infinito. La vida se dilata en los momentos en los que nos gustaría que fuese efímera. Siempre paradójica, encontramos la sensación de eternidad cuando solo quisiéramos que los días pasasen rápidamente, sin huella.
Porque, sin saber cómo, sin quererlo, sin buscarlo, te has visto abocado al silencio y al olvido en el momento más brillante y más productivo de tu vida profesional. Justo cuando empezabas a entenderlo todo, cuando veías que podías dar una visión que combinase la experiencia de décadas de trabajo con tu continuo afán de renovarte y no dejar de aprender, ¡zas!, desaparecen de un plumazo las oportunidades.
Por teléfono solo te llaman para ofrecerte un cambio en tu tarifa de luz o para regalarte una tele si cambias de compañía de móvil. La verdad es que a veces hasta les aguantas el discurso para oír a alguien en tus horas de soledad. Cuando todos tienen algo que hacer, menos tú. Ya no pasa nada.
Rebasas los 50, es cierto, pero aparte de mínimos achaques y de ese genio tuyo tan característico, no ves en tu madurez un problema que te lleve necesariamente a una jubilación forzosa. Justo ahora que eres capaz de darte cuenta de todo lo que no sabes porque tienes tanta experiencia y sabes tanto que ya puedes comprender que siempre hay algo que no abarcarás. Curioso: cuando eras más joven creías saberlo todo y no sabías ni la mitad que ahora. Y, ojo, no le haces ascos a seguir aprendiendo. Sabes que un día sin aprender algo (y sin sonreír) es un día perdido.
Pero tu currículum pasa directamente al montón del olvido en las empresas de los contactos que aún te reciben. No pasan ni el primer filtro porque se escandalizan al verte con “solo” diez o quince (¡10 o 15!, nada menos) años de vida laboral útil. Si te dieran la oportunidad de demostrar lo que vales, las ganas que tienes de poner en práctica las ideas que cada día te asaltan y que caen en saco roto…
Pero no: te has visto abocado a un olvido profesional forzoso, malviviendo gracias a una pensión no contributiva, clasificado en el cajón de los no elegibles, sin que nadie te dé una oportunidad. Cuando más sabes hacer. Ellos se lo pierden.