Y quien dice fontanero dice carpintero, electricista, albañil, soldador, pintor… Lo cierto es que en mi familia ha habido profesionales de esos que saben hacer y arreglar cosas que siempre han despertado mi admiración y respeto. Esos profesionales se han ganado (y se ganan) muy bien la vida a costa de trabajar muchísimo. Casi todos condenados al régimen de autónomos sobre el que no vamos a hacer sangre. A cambio, un trabajo en el que si uno es buen profesional y trabajador nunca va a faltar faena.
Este diagnóstico ligero y barato sobre las profesiones en España (pueden añadir todos los oficios que se les ocurra) ha olvidado algo: el inexplicable desprestigio social que ha empujado a que todos queramos que nuestros hijos sean titulados universitarios.
Como siempre, los extremos son malos. Hemos confundido que pueda estudiar en la universidad el que lo desee y valga, sin que encuentre obstáculos económicos o sociales, con que estudien carrera todos. Incluso los que no quieren. Se ha dado la paradoja de universidades abarrotadas que generaban titulados de difícil colocación mientras que algunos centros de ciclos formativos veían diezmadas sus aulas y el mercado laboral pedía gente con oficio.
En algunos casos ya se ha revertido esa tendencia y poco a poco se quita el estigma de que el que no vale para estudiar se mete a formación profesional como último recurso. Nos gusta tanto figurar y estamos tan enfermos de titulitis que nos cuesta apreciar lo necesario que es contar con buenos profesionales en todos los oficios. Que ser ingeniero aeronáutico está fenomenal, pero ser un buen fontanero no le va a la zaga. Y la sociedad necesita a ambos.
Es imprescindible el arquitecto, pero a todas luces insuficiente si no hay una buena cuadrilla de albañiles, electricistas, fontaneros, yesaires, pintores… que haga realidad sus proyectos. Y nadie es menos que nadie. No lo olviden cuando su hija les diga que quiere montar cocinas o su hijo comente su afición por las calefacciones. Con esfuerzo y ganas tienen el éxito garantizado.
Este diagnóstico ligero y barato sobre las profesiones en España (pueden añadir todos los oficios que se les ocurra) ha olvidado algo: el inexplicable desprestigio social que ha empujado a que todos queramos que nuestros hijos sean titulados universitarios.
Como siempre, los extremos son malos. Hemos confundido que pueda estudiar en la universidad el que lo desee y valga, sin que encuentre obstáculos económicos o sociales, con que estudien carrera todos. Incluso los que no quieren. Se ha dado la paradoja de universidades abarrotadas que generaban titulados de difícil colocación mientras que algunos centros de ciclos formativos veían diezmadas sus aulas y el mercado laboral pedía gente con oficio.
En algunos casos ya se ha revertido esa tendencia y poco a poco se quita el estigma de que el que no vale para estudiar se mete a formación profesional como último recurso. Nos gusta tanto figurar y estamos tan enfermos de titulitis que nos cuesta apreciar lo necesario que es contar con buenos profesionales en todos los oficios. Que ser ingeniero aeronáutico está fenomenal, pero ser un buen fontanero no le va a la zaga. Y la sociedad necesita a ambos.
Es imprescindible el arquitecto, pero a todas luces insuficiente si no hay una buena cuadrilla de albañiles, electricistas, fontaneros, yesaires, pintores… que haga realidad sus proyectos. Y nadie es menos que nadie. No lo olviden cuando su hija les diga que quiere montar cocinas o su hijo comente su afición por las calefacciones. Con esfuerzo y ganas tienen el éxito garantizado.