Así, como el que no quiere la cosa, una vez más se nos escapa abril. Este mes siempre llega cargado de primaverales promesas, genera expectativas que, por una cosa u otra, nunca llegan a cumplirse y que al final siempre nos hace entonar el “¿Quién me ha robado el mes de abril?”. La primavera es inestable, impredecible y traicionera. Pero también es una estación que nos embauca al sacarnos de la oscuridad de las largas noches invernales. Este año el calor ha venido tan anticipadamente y sin rastro de agua que no sé yo qué flores veremos ni qué agua beberemos. Por no hablar de qué comeremos…
La amargura de las expectativas frustradas, la tristeza del adiós y un montón de pequeñas cosas han contribuido a que las esperanzas se trasladen a mayo, a ver si entonces sí que sí hay resurgir, renacimiento y vida nueva en vez de despedidas y desasosiego. En medio de este sentir tan sensorial, tan corporal y al tiempo emocional no podía quedar atrás el ya omnipresente mundo digital para sumarse a la fiesta del ‘todo mal’. Vaya tardecita la de ayer cuando todo pintaba siesta, paseo y relax.
Todo empezó con querer ir al aeropuerto con la tarjeta de embarque. Páginas web, aplicaciones, llamadas a atención al cliente… Todo fue poco para conseguir el preciado documento sin pasar por el mostrador (algo que he hecho hoy). Así, mientras el viaje estaba en el aire, me puse a investigar también por qué no funcionaba mi correo electrónico, dejando acceso remoto libre al informático. Incapaces fuimos de arreglarlo mientras en el otro lado del salón nos peleábamos con una notificación online que, tras conseguir abrirla hora y media después, nos invitaba a reunir una decena de documentos para certificar si somos beneficiarios de una subvención energética de paupérrimo importe…
Me da ansiedad solo rememorarlo. Una tarde de abril (cierto es que podría ser de cualquier otro mes) perdida sin remisión mientras en el exterior la vida seguía… ¿El único consuelo? Permanecer en esas horas de desesperación digital lejos de una actualidad política que cada vez me parece más alejada de la realidad y enfocada, exclusivamente, a satisfacer egos personales y criticar (o insultar) al otro. Con tan poca categoría, no es extraño que al final lo que esté en el aire sea este bendito país.