No es el día de Navidad, ni siquiera el de los Santos Inocentes. Simplemente es un lunes dejado caer en medio de los días raros de esta Navidad de enmascarados en la que las instrucciones nos llegan confusas y tal vez demasiado poco rotundas en medio de tal incidencia.
Es curioso cómo en estos dos años hemos incorporado a nuestro lenguaje diario palabras como incidencia, virus, curva, contagio, vacuna o presión hospitalaria con significados totalmente distintos a cuando éramos felices y no lo sabíamos (léase “hasta febrero de 2020”). Perdida la inocencia ante lo malo, pero también perdidos en miedos, amenazas ciertas e informaciones difusas nos enfrentamos con total ingenuidad y desconocimiento al último lunes, a la última semana de un año en el que nos las prometíamos felices (léase por “felices” el “volver a lo de antes” que antes nos parecía poco) y hemos salido, cuanto menos, escaldados.
Escribo días antes de que ustedes lean esta columna, pero con datos en crecimiento exponencial lo que hace prever que las cosas no estarán mejor esta semana que cuando escribo. Incluso afirmaría que estará todo mucho peor que cuando los presidentes salieron a decir ¿nada? Ah, sí, lo de la mascarilla. Disculpen, casi me olvido de la ¿nueva? medida que va a frenar esta ola implacable (al menos en cifras de contagiados, espero que no en camas de hospital).
Pero ya habremos pasado la primera parte de unas navidades en las que habremos forzado, al principio entre amenazas de sarpullidos por proximidad (aprecien la ironía) y luego con total naturalidad, el reencuentro y el contacto con muchos que el año pasado dejamos en la distancia. Habremos recorrido kilómetros que entonces estaban prohibidos y nos habremos sentido un poco más libres (háganse el favor de sacar a Ayuso de su mente en este momento). Aunque la realidad, tozuda, nos mande otros mensajes.
Y sí, la última semana tiene lunes. Y empieza en un año y acabará en otro, pero, al final, no dejará de ser sino otra sucesión de días extraños en los que no faltará la rutina que llegamos a añorar. O sea, este es el último lunes (día más odiado) del año que quisimos amar antes de conocerlo y al que vamos a despedir con cajas destempladas y poco cariño. ¿Un año prescindible? Quizás, pero todo pasa por algo. Tal vez el baño de realidad era preciso.