Llevo días, semanas, eludiendo hablar de lo inevitable. Columnistas y opinólogos de múltiples medios y tertulias han dejado de lado toda prevención y se han lanzado a degüello contra algo que, a la vista de la mayoría, es un error. A estas alturas imagino que incluso para quienes lo eligieron.
Y es que cuando uno topa con el tipo equivocado la cosa no puede salir nunca bien. Al principio puede parecer que la novedad, el cambio, la necesaria alternancia pueden suplir los fallos con los que luego no queda otra que apechugar. “Haber elegido otro”, te dirán después. Pero el mal ya está hecho.
Porque en un escenario en el que nada parece natural, todo es impostado y forzado, casi de plástico, cualquier discurso se torna poco creíble. Si, además, el que lo pronuncia es alguien que transmite poco, más bien frío y con tendencia a soso, la cosa no puede sino empeorar.
Y es que cuando uno elige a quien va a representar lo suyo, lo que más valora, tiene que hacerlo de forma meticulosa, razonada, sin dejarse llevar por ideas que pueden parecer brillantes en el fragor del debate (que al final no suele distar mucho del momento “sujétame el cubata”), pero que llevadas a la práctica suelen llevar al fracaso y al rechazo de la mayoría si detrás está el tipo equivocado. Ojo, que no digo yo que en su vida personal no sea interesante, divertido, inteligente e incluso atractivo. Para gustos, colores. Pero en la faceta pública está claro que no se eligió bien, visto lo que claman unos y otros en calles, redes y medios de todo color.
Porque hasta los que lo amamos no podemos mirar hacia otro lado, ni siquiera hacer un mohín de aceptada resignación, y hemos de corroborar que es un error. Que esto no era lo que buscábamos cuando pensábamos en un futuro mejor auspiciados por los mágicos, y al parecer inagotables, fondos de la UE.
Así, en este punto de descontento e insatisfacción, habría que replantearse cómo, con qué medios y con quién al frente podemos darle una salida valiente, efectiva y con proyección a eso que tanto queremos: el Jamón de Teruel. Merecemos una campaña publicitaria mejor.
Y es que cuando uno topa con el tipo equivocado la cosa no puede salir nunca bien. Al principio puede parecer que la novedad, el cambio, la necesaria alternancia pueden suplir los fallos con los que luego no queda otra que apechugar. “Haber elegido otro”, te dirán después. Pero el mal ya está hecho.
Porque en un escenario en el que nada parece natural, todo es impostado y forzado, casi de plástico, cualquier discurso se torna poco creíble. Si, además, el que lo pronuncia es alguien que transmite poco, más bien frío y con tendencia a soso, la cosa no puede sino empeorar.
Y es que cuando uno elige a quien va a representar lo suyo, lo que más valora, tiene que hacerlo de forma meticulosa, razonada, sin dejarse llevar por ideas que pueden parecer brillantes en el fragor del debate (que al final no suele distar mucho del momento “sujétame el cubata”), pero que llevadas a la práctica suelen llevar al fracaso y al rechazo de la mayoría si detrás está el tipo equivocado. Ojo, que no digo yo que en su vida personal no sea interesante, divertido, inteligente e incluso atractivo. Para gustos, colores. Pero en la faceta pública está claro que no se eligió bien, visto lo que claman unos y otros en calles, redes y medios de todo color.
Porque hasta los que lo amamos no podemos mirar hacia otro lado, ni siquiera hacer un mohín de aceptada resignación, y hemos de corroborar que es un error. Que esto no era lo que buscábamos cuando pensábamos en un futuro mejor auspiciados por los mágicos, y al parecer inagotables, fondos de la UE.
Así, en este punto de descontento e insatisfacción, habría que replantearse cómo, con qué medios y con quién al frente podemos darle una salida valiente, efectiva y con proyección a eso que tanto queremos: el Jamón de Teruel. Merecemos una campaña publicitaria mejor.