

Todo pintaba esperanzador cuando en el panorama político español irrumpieron partidos que parecían aportar savia nueva a un árbol que iba cayendo en vicios propios de los sistemas bipartidistas. Menos gustó la cosa cuando se unió un quinto elemento de cariz más extremo hacia el lado que más miedo tenemos: la extrema derecha sigue despertando fantasmas como el tiempo bien ha ido demostrando.
Lo peor, sin embargo, no iba a ser ese baile de extremos (tampoco soy nada fan del otro: creo que la moderación está siempre más próxima a la virtud que el radicalismo de cualquier tipo). Lo peor es que el nuevo panorama iba a provocar, claro está, la necesidad de gobiernos de coalición en los que sensibilidades distintas tendrían que sentarse, negociar y llegar a acuerdos. Algo maravilloso sobre el papel y que, por ejemplo, a los alemanes les funcionó, pero para lo que los españoles, por lo visto, no estamos preparados.
Así llegamos a este Gobierno (me niego a llamarlo progresista cuando en sus filas hay partidos nacionalistas, de derechas, xenófobos y no voy más allá…) en el que hay que llegar a acuerdos para todo.
Y no es que me parezca mal tener que llegar a acuerdos. Al contrario: ojalá se pudiera acordar todo lo que afecta al bien común. Pero la realidad es tozuda y la suma de intereses tan dispares a la fuerza tiene que restar en ocasiones (muchas, por desgracia).
Lo que no entiendo es por qué cuesta más llegar a un acuerdo con un partido de derechas con el que, mal que nos pese, las diferencias reales en cuanto a operativa son casi cosméticas que acordar con un partido nacionalista secesionista conservador. Me lo expliquen.
Ese plegarse constantemente a los caprichos (¿chantajes?) de Puigdemont por no dar el brazo a torcer (negociar y acordar, diría incluso) o, ni siquiera, hablar con el PP es algo que no entiendo. Ojo, tampoco entiendo la andanada de hostilidades constantes del PP que impiden cualquier utópico acercamiento por razones de Estado con el PSOE.
Así aguantaremos una coalición con amistades de conveniencia contra natura a la espera de un relevo (el cambio es preciso en democracia) que, seguramente, nos llevará a otra coalición de otro color, pero con la misma maquinaria perversa. ¿Alguien encuentra una solución? Personalmente, me doy por vencida.