El nombre me ha venido a la cabeza sin excusa ni estímulo previo alguno. Nunca he vuelto a ver un perro como Caracola y ni siquiera recordaba tener su recuerdo.
Era el perro de mi abuelo Paco. Grande (enorme, en mi memoria de niña) y con el pelo largo, rizado y gris. Caracola no se caracterizaba por su gran actividad (debía ser ya vieja) y la he recordado tumbada en el descansillo triangular de las imposibles escaleras (no había dos iguales) de la casa de mis abuelos en El Castellar.
No recuerdo tampoco que los nietos (entonces sólo estábamos Anabel, Jesús Miguel, Juan y yo) jugásemos con ella. Ella tenía su espacio y nosotros no invadíamos el suyo. Estaba allí y teníamos claro que era la perra del abuelo. Respeto mutuo.
La verdad es que yo por entonces (y quizás un poco ahora también) tenía miedo a los perros porque uno había mordido en la nariz a Blas (también primo, pero de Cedrillas) y aquello me marcó mucho (más siendo él de los primos mayores, esos que casi eran héroes a nuestros pequeños ojos).
¿Por qué ha resurgido entonces Caracola entre mis pensamientos? ¿Por qué justo en estos días? La memoria tiene sus propios mecanismos y en este ecuador del verano, cuando (antes) empezaban las tormentas y pronto se cerraban (previo reparto de los restos entre la chavalería del pueblo) las neveras de los helados, también enterramos a mi abuelo Paco hace más de 30 años.
Siempre me pareció un gran hombre, en todos los sentidos. Era alto, aún lo vi fuerte y llevaba a sus espaldas vivencias (de las de verdad, de las sufridas en carne propia) de una guerra y una posguerra de las que logró salir a base de trabajo y penurias. Me encantaba oír sus historias (doy fe de que daban para un libro) y de él aprendí a odiar la guerra entre hermanos. Batallas que en el frente no eran de buenos y malos sino de pobres hombres que luchaban por sobrevivir y pasar página.
Este verano también viene con fresco para la Virgen de Agosto. Con poca agua, me temo. Y en el recuerdo, siempre, aquellos abuelos que tanto quisimos. Los míos, Paco, Domitila, Juan e Inés. Y, por supuesto, Caracola.