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Raquel Fuertes

Como no podía ser menos, llegó la hora de echar las campanas al vuelo. Los que hace unas semanas presumían con cierto desapego (como yo) de no conocer en la selección más que a Morata y Carvajal (por la edad y número de competiciones internacionales disputadas, no intenten ver más allá) ahora se muestran superfans y se conocen la vida y milagros de la madre de los Williams y el videojuego favorito del chavalín que ha debutado con la selección absoluta en edad de estar en la ESO.

Porque en tres partidos ya somos favoritos para ganar la Eurocopa y el rival con el que nadie se quiere cruzar en la siguiente fase (¿octavos, cuartos, cómo iba esto?). No es que reniegue del fútbol (he sido muy futbolera) es que, personalmente, debí pasar de pantalla cuando todo se mercantilizó tanto y como sociedad creo que el fútbol (profesional) no aporta tanto en valores como otros deportes que mueven menos pasiones. Y menos dinero.

Pero ahora es el momento de los triunfalismos, de tener claro clarísimo que somos los mejores y que este seleccionador (al que empiezo a reconocer tras verlo tres partidos en la banda) sí sabe lo que hace a pesar de cómo tenemos la Federación… Cómo nos gusta venirnos arriba sin filtro. Cómo donde dije ‘¿dónde vamos con esta panda?’ ahora digo sin despeinarme que son una gran selección y que ya era hora de que el juego español tuviera profundidad y gol (¿contra Albania no fue en propia puerta?) y no tanto pasecito. Que el tiki-taka se quedó atrás y ahora esta es la generación del tik-tok.

¡Ay! Escribo rápido antes de que la realidad nos devuelva a nuestros nigérrimos comentarios, a los ‘ya lo dije’ y a la tristeza contenida frente a una posible (no deseable) derrota. Una tristeza cada vez más breve porque a las novedades las devoran otras en apenas minutos.

Así, aunque tengamos que esperar otros cinco años (dos en fútbol internacional) para lograr algo que nos permita seguir avanzando podremos celebrarlo dos míseros minutos para pasar después a lo que mejor se nos da: atacar al otro, ir de víctimas y quejarnos hasta el infinito de lo mal que lo hacen todos menos yo. Pongamos que hablo del CGPJ.