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Buena gente

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Raquel Fuertes

Me hacen feliz las películas navideñas clonadas. De esas en las que una brillante profesional pasea por Nueva York bajo el sol mientras nieva, con un ligero abrigo tres cuartos y un café hiperazucarado en vaso de cartón. La vida podría ser maravillosa para ella (¿total, no es ya magia que nieve bajo un sol espléndido?), pero está sola porque no tiene pareja o porque la tiene y es estúpido.

Quizás sea ese el mayor dilema al que se tenga que exponer el espectador de estos telefilms en los que todo es rojo y verde y se pasan cuatro horas para hacer un pavo que seguro que les queda seco (después del preceptivo traslado a Vermont por pintorescas circunstancias). Pero es que es tradición.

Es curioso que nos intenten exportar el sentido de la tradición desde culturas que tienen apenas dos siglos mientras nosotros nos dedicamos a renunciar sistemáticamente de las nuestras… Y, claro, así nos va.

La guapa neoyorquina encontrará el amor verdadero (y normativamente heterosexual) en un entorno idílico, sano, sin maldad, lleno de gentes que cuidan los unos de los otros… Se quedará en el pueblo y nunca volverá a la gran ciudad.

Ahora, dele la vuelta a todo lo que ha leído y se encontrará con lo que pasa en la realidad. Al menos en la nuestra. Desde que todos acabamos abandonando el pueblo para vivir en la ciudad, hasta que nadie cuida de nosotros en ese entorno urbano impersonal y, por supuesto, ni siquiera nieva. Como mucho una riada terrorífica acaba con las vidas y los sueños de mucha gente.

Leía hoy en los comentarios de una noticia del Marca (hay que leer de todo) la reflexión de una lectora: “Es agotador que todo el mundo sea de El Hormiguero o de Broncano, del PP o del PSOE, antes vivíamos más felices sin tanta crispación”. Y es que a lo mejor ahí está la clave: en la puñetera crispación que no dejamos atrás ni en diciembre.

Si los americanos, con su plurirreligión y sus tradiciones inventadas son capaces de crear una entelequia de felicidad social al menos en este mes, ¿por qué nosotros, con nuestro pasado, nuestro acervo social y cultural, no somos capaces de salir (ahora sí, literalmente, Pedro) del fango y dedicarnos, al menos por unos días, a ser felices y buena gente?