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Bochorno Bochorno
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Raquel Fuertes

La ciudad se arrastra perezosa por la canícula. En los barrios donde (aún) vive gente, unos descuentan los días para las vacaciones mientras otros soportan el calor del hogar sin horarios, pero con la misma sensación de languidez y tensión baja. Así pasan los largos días de verano mientras en las eternas noches en las que no corre el aire, sólo rompe el silencio del insomne el camión de la basura y el zumbido del mosquito inmune a los insecticidas eléctricos. Nada que mueva un aire tan denso que casi se paladea. Bendito aire acondicionado, por qué no podré soportarlo en la noche…

En ese ralentí de sensaciones matizadas por el bochorno nos esforzamos, sin embargo, para que no quede un atisbo de aburrimiento, para poder contar maravillas a la vuelta de vacaciones o para conseguir esa foto en Instagram en la que parecía que paseábamos solos por el Coliseo… Toda una ficción que encubre lo que fueron y deberían seguir siendo las vacaciones: días sin fin en los que podían pasar las horas mientras se contemplaban los diálogos entre pesadas moscas, se comprobaba la evolución del azul del cielo según la posición del sol o se practicaba como único deporte de riesgo pasear en bici sin casco con un cacharro que no pasaría ninguna ITV.

Por no hablar de las partidas de cartas en el bar, las pipas a la sombra del olmo (aún quedaban) en la plaza, la chuletada (no conocíamos el concepto “barbacoa”) en la que la mitad de chuletas se requemaban y la otra mitad tocaban tierra… Por no hablar de aquellas obras de hidráulica en el río, desviando el cauce para aumentar el caudal de las pequeñas cascadas. O capturando cucharetas en los remansos. O cogiendo fresas minúsculas de inmenso sabor…

O esas mañanas de lectura en las que los libros iban cayendo a velocidad de dos o tres a la semana… Y no entramos en fiestas, verbenas, tediosas esperas mientras se acaba el toro… También hacía bochorno. Y apenas había piscinas. Todo lo más un chapuzón miedoso en alguna poza rezando por que no hubiera escurzones. Aquello sí eran aventuras. Sin likes, sin me gusta, sin tener miedo a aburrirse. Sólo conviviendo con el bochorno y los amigos de verdad. Sin followers. Con autenticidad.