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Biblioteca humana

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Raquel Fuertes
Leía que en otros países existen lugares en los que hay personas-tipo (responden a ciertos estereotipos sociales) con quienes te puedes sentarte durante unos minutos a charlar. Mientras te cuentan su historia de vida rompen clichés y desbloquean los prejuicios que nos genera su aspecto, descubriendo cualidades que guardamos bajo nuestras capas de convenciones, maquillaje e hipocresía social. Sólo lo humano.

Me llamó la atención especialmente descubrir esas bibliotecas humanas justo aquel día porque, sin darme cuenta, había vivido experiencias similares durante un viaje atípico visto con retrospectiva. Aunque por mi trabajo es normal hablar con mucha gente, detesto interrumpir, molestar o invadir el espacio ajeno. Sobre todo si son desconocidos. Pero las prisas (y el ayuno involuntario propiciado por un retraso de Renfe,) me llevó a encontrar una única cafetería en aquel barrio señorial. La cafetería, más bien gloriosa pastelería (algo así como un Muñoz en otra ciudad) tenía una gran oferta de bollos y pasteles… pero muy pocas mesas y una barra inexistente.

Con todas las mesas ocupadas, la camarera me ofreció preguntarle a una elegante señora si le importaba compartir mesa conmigo. La señora no supo negarse y se encontró sentada con una acelerada periodista que consultaba el móvil rozando la mala educación. Vencí mi timidez e inicié la conversación. En minutos supe de dónde era, qué le llevaba a aquel lugar, la edad de su hijo y su nuera y cómo se organiza una boda en una isla viviendo en la península. Apenas pregunté. Una señora con todas las letras de la que nunca sabré su nombre y que me fascinó.

Ya en el salón de actos (tarde, claro) me senté en el primer sitio discreto libre. Entre diapositiva y diapositiva discurría la mañana, sin apenas mirar a los de al lado. Hasta que tuve que salir, volver a entrar y constatar que la nueva charla era bien aburrida. De ahí salió una interesante charla entre susurros con mi antes invisible compañera de asiento. Ahí sí, con intercambio de teléfonos. Una mujer francamente interesante. Y es que, si bajamos barreras, la biblioteca humana está ahí mismo. Dispuesta a que descubramos a gente única, aunque nunca conozcamos sus nombres.