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Anticipación Anticipación

Anticipación

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Raquel Fuertes

Con lo sencillo, práctico, reconfortante y hasta satisfactorio que resultaría dedicarnos a vivir el presente, lo cierto es que nos dedicamos con mucha más fruición a lastrarnos con el pasado (recuerdos, fantasmas, añoranza, pena, remordimiento…) o a vivir en una expectativa constante. Y aunque la evocación o la anticipación no sean malas ni buenas per se, la lógica nos llevaría a agarrarnos a lo que realmente tenemos y que es justamente esto: este instante. Pero no: nos empecinamos en mirar hacia delante y hacia detrás en un ejercicio que, las más de las veces, nos provoca angustia o frustración. Así de complejos somos.

Encontré el otro día por casualidad la charla de un señor de estos modernos que se pasean solos por el escenario para explicarnos qué nos pasa (un poco arriesgado este ejercicio así en modo masivo y no individual) y darnos consejos para ser más felices. Hablaba de la anticipación. Idear, fantasear, elucubrar, imaginar… soñar, en definitiva. Se centraba en lo bueno: cuando programamos un viaje, una celebración, un día especial… Todos los preparativos pueden ser tan o más satisfactorios que el evento en sí. Alargamos en el tiempo lo bueno y mantenemos una ilusión sostenida y prolongada que nos hace sentir bien. Una tensión positiva que nos sirve de combustible a lo largo de la vida. Ilusión. Imprescindible.

Lo malo de esa anticipación, y aquí ya no sé lo que pensará el coach porque no alargué mucho el visionado, es que se generan demasiadas expectativas (soñemos a lo grande, es gratis) y la realidad suele ser más parca en detalles. Funciona con guiones más simples que nuestra excelsa imaginación. Por no hablar de lo otro: de cuando anticipamos lo malo y nos recreamos en la rumiación de todo lo terrible que nos puede pasar. Porque ahí sí, si nos pilla en una mala temporada nos podemos recrear en el sufrimiento previo tanto como nos apetezca flagelarnos. Otra de estas charlas, esta más conocida, decía que más del 90% de lo que nos angustia nunca llega a ocurrir más que en nuestra cabeza. O sea: vivimos en un ay imaginario que nos facilita recrearnos en nuestro sufrimiento. Cuando se trata de lo malo, somos de lo que no hay. De momento, a ver si conseguimos anticipar solo lo que nos ilusiona. Lo demás, ya vendrá.